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Tesis sobre Reformismo

El Reformismo y el movimiento de los trabajadores – Introducción

Los fundamentos de la crítica Marxista del reformismo fueron elaborados por los fundadores y desarrolladores del comunismo científico. Marx y Engels pusieron los cimientos de esta crítica en los tiempos de la Liga Comunista en su famoso Manifiesto. Desarrollaron esta crítica en debates dentro de la Primera Internacional y en sus intercambios con los dirigentes de la temprana socialdemocracia alemana (SPD).

Rosa Luxemburgo continuó esta labor en la lucha contra el reformismo dentro del SPD y de la Segunda Internacional. Lenin también lo hizo en la Socialdemocracia Rusa y en la Segunda y Tercera Internacionales. Trotsky, partícipe de estas luchas, desarrolló la crítica del reformismo en la década de 1920 y durante la construcción de la Cuarta Internacional.

Nosotros nos adherimos a esta herencia revolucionaria que se plasmó en los panfletos, resoluciones y tesis aprobadas por estas organizaciones en sus períodos revolucionarios y de la que dieron ejemplo en la práctica. La política y la práctica de los principales grupos que hoy día proclaman su adhesión al Trotskismo, o que se presentan como los continuadores de la Cuarta Internacional de Trotsky, encarnan en realidad una tradición muy diferente que se originó en el período 1948-53.

Este fue el período de la degeneración centrista del Trotskismo. En las áreas de análisis teórico, evaluación programática, perspectiva política y tácticas, esta tradición de los epígonos ha corregido minuciosamente el trabajo de Trotsky y de sus grandes predecesores. De una manera oportunista y sectaria, las alas “Pablista” y “anti-Pablista” del “Trotskismo” degenerado han demostrado repetidamente que son incapaces de redescubrir y reafirmar los fundamentos de los programas leninista y trotskista en relación con el reformismo.

Desde finales de la década de 1940 hasta finales de la década de 1960, el Comité Internacional y las facciones del Secretariado Internacional de la “Cuarta Internacional” mantuvieron una actitud muy adaptacionista y conciliadora con respecto a la socialdemocracia. Los dramáticos acontecimientos de finales de los 60 y principios de los 70, las manifestaciones y disturbios estudiantiles, los movimientos militantes contra la guerra, las huelgas masivas de los trabajadores italianos, británicos y, sobre todo, franceses, llevó a los degenerados fragmentos de la Cuarta Internacional (FI) a revisar bruscamente sus posiciones sobre la socialdemocracia.

Las agrupaciones de origen trotskista, casi todas las cuales habían participado del “entrismo profundo” en algún momento entre los 50 y los 60, se apartaron de su anterior política de adaptación política al reformismo y viraron hacia la opinión de que los partidos reformistas no tenían ninguna relación con el proletariado.

Los principios y mediados de la década de los 70 vieron un giro hacia “la construcción del Partido”, un giro que habitualmente fue acompañado de una actitud hacia la socialdemocracia que fue tan ciega, sectaria e inepta tácticamente como la anterior había sido de necia y liquidacionista. En su búsqueda de elementos que no estuvieran corruptos por el reformismo, estas agrupaciones centristas se volvieron hacia los militantes de base de los sindicatos, los estudiantes o el movimiento de mujeres para proporcionarse una base para la política revolucionaria.

Se proclamó que la Socialdemocracia estaba muerta o era irremediablemente burguesa. Hubo intentos para sobrepasarla, ignorarla completamente o maldecirla, todo al estilo del “Tercer Periodo”.

Sin embargo el Reformismo sobrevivió a la tormenta de la militancia espontánea de la clase obrera. En Francia, la “fallecida” SFIO, como el ave fénix, renació de las cenizas de las debacles electorales de la década de los 60 en la forma del Partido Socialista de Mitterrand. En Italia, el euro-comunista PCI sobrevivió a las oleadas de huelgas y al surgimiento de la organización de militantes de base después de 1969. En Gran Bretaña, los Laboristas cabalgaron hacia el poder a lomos de la militancia sindical de 1971 a 1974, y procedió a desmovilizarla, arrancándole todo su potencial revolucionario. Huelga decir que el reformismo también sobrevivió a las maldiciones y a la propaganda abstracta del centrismo de izquierdas. Además, las “jóvenes vanguardias” se hicieron “mayores y más sabias”.

Los “movimientos no oficiales” fueron burocratizados y en consecuencia no se construyeron los partidos revolucionarios. De hecho, los grupos se dividieron. Aunque previamente se habían imaginado a sí mismos al borde del éxito, decayeron y se desintegraron. Como juerguistas tras una resaca, los “trotskistas” dieron la espalda a la auto-indulgencia de sus tácticas post-1968 y volvieron a lo que ahora percibían como tácticas más sobrias de su pasado pre-68. En esta nueva vuelta hacia los partidos reformistas, a menudo formaron, de hecho, cola tras la juventud de mediana edad, las mujeres, los pacifistas y los sindicalistas arribistas de la “nueva izquierda”.

Esta orientación generó, una vez más, un análisis de la Socialdemocracia similar al del periodo pre-68 que resultó ser tan parcial e inútil como había sido la propaganda abstracta de “Izquierda”. El “Trotskismo” degenerado de veinte años después de 1948 sólo podía ofrecer una receta para la liquidación de los “niños del 68” y su transformación en Socialdemocracia.

Es esencial una ruptura radical con toda esta tradición. Esto, en gran medida, implica un retorno a la vieja e inalterada “tradición” del Bolchevismo y del Trotskismo, cuyo método, aplicado a las condiciones actuales, puede producir un programa, una estrategia y unas tácticas que pueden derrotar al reformismo en las grandes batallas que se avecinan al acercarnos a las crisis de los desgarrados años del final del siglo XX.

Los partidos políticos y la clase obrera

Los partidos políticos son organizaciones que tienen el objetivo de expresar intereses sociales comunes y concepciones políticas relativas a la organización del Estado, la sociedad y la economía. Por lo tanto, dichos partidos tratan de ejercer el poder sobre el estado de manera directa o supervisar el ejercicio de ese poder.

En la sociedad de clases se da necesariamente el caso de que estos intereses comunes reflejen los intereses de clase. Para los marxistas, la caracterización política de un partido político está determinada, en última instancia, por los intereses de clase que objetivamente defiende, independientemente de las ideas subjetivas, aspiraciones o del origen social de los líderes del partido o sus miembros.

En la sociedad capitalista, dividida como se encuentra principalmente entre las clases de la burguesía y de la clase trabajadora, esto se traduce en la defensa de, o su oposición a, el estado burgués y la propiedad privada de los medios de producción. Cualquier partido que, en la práctica, defienda ese estado y la propiedad privada, es un partido burgués.

Evidentemente, dado que cada clase no está restringida a un solo partido, una clase puede tener varias “vanguardias” competidoras, aspirantes a su liderazgo de facto. Por otra parte, ya que las clases no son homogéneas sino que consisten en diversas secciones cuyos intereses pueden contradecirse unos a otros, la identificación abierta entre los partidos y las clases tiene tendencia a ser confusa. Además, las clases minoritarias dominantes deben descansar sobre una base de masas, a las que movilizan para que las defiendan.

Esto exige compromisos en las cuestiones programáticas secundarias, lo que queda reflejado en la ideología. Así, al menos desde el advenimiento del sufragio universal en los países imperialistas (y en las semi-colonias con sistemas democráticos burgueses), los partidos burgueses no pueden consistir exclusivamente, o incluso principalmente, en los miembros de la burguesía, sino que deben incluir en su base de masas a elementos de las clases subalternas: la pequeña burguesía urbana, los campesinos y los obreros sin conciencia de clase. Por otra parte, una casta especial de políticos burgueses, vinculada a las profesiones “liberales”, surge para servir a la burguesía.

El amplio espectro de partidos políticos que abiertamente defienden la propiedad privada burguesa se explica por estos determinantes en movimiento, es decir, en conflicto con las fuerzas de clases antagónicas en el contexto de las propias contradicciones del sistema capitalista, sus guerras y sus crisis económicas.

Partidos conservadores, liberales y fascistas, todos defienden el orden social burgués pero en formas que difieren y dependen de los ritmos de desarrollo capitalista y de la lucha de clases. En el caso del partido fascista, la defensa de la propiedad privada burguesa como un todo, como la base de las relaciones de producción de la sociedad capitalista, puede entrañar la expropiación política de los propios partidos políticos de la burguesía por los fascistas, cuya base social son la pequeña burguesía y el lumpen-proletariado.

Más aún, puede ocasionar la expropiación material de elementos de la burguesía para asegurar mejor los intereses del monopolio y del capital financiero. Por todo su pseudo-radicalismo y su aniquilación de la democracia burguesa, la ideología del fascismo es, en palabras de Trotsky, una destilación químicamente pura del imperialismo, compuesta por todos los vapores putrefactos de la desintegración de la sociedad burguesa.

Por lo tanto, aunque diferentes partidos políticos, con diferentes bases sociales, pueden servir a los intereses de la burguesía, todos ellos tienen una cosa en común. En el Gobierno están obligados a actuar en el marco del estado burgués y su defensa. Sea petit-burgués o aristocrático, liberal o fascista el partido que pueda gobernar, la burguesía, a través de su estado, tiene el poder. En última instancia el carácter de clase de esos gobiernos siempre es burgués.

Como veremos, esto puede aplicarse igualmente a los partidos cuya base de masa social es la clase obrera. En los países donde una clara mayoría de la población es proletaria, la burguesía se ve obligada a contar con el proletariado en la aceptación de su explotación continua: “en una sociedad capitalista desarrollada, durante un régimen “democrático”, la burguesía se apoya principalmente en las clases trabajadoras, que están bien sujetas por los reformistas. En su forma más acabada, este sistema encuentra su expresión en Reino Unido durante la administración del Gobierno Laborista, así como también durante la de los Conservadores.”

Un capitalismo relativamente próspero desvía parte de sus súper-beneficios, obtenidos a través de la explotación imperialista, a la concesión suficiente de reformas inmediatas que permitan que el liderazgo de los trabajadores sea “comprado” y funcione como agentes burgueses. En los Estados Unidos desde la Primera Guerra Mundial, la hegemonía mundial y la prosperidad del capital estadounidense de finanzas y monopolio han sido tales que los dirigentes laboristas y los burócratas de la AFL-CIO, han podido atar la clase trabajadora a un partido abiertamente burgués: los Demócratas, y a los políticos capitalistas que son “amigos del laborismo” como Hubert Humphrey y Edward Kennedy.

Una situación similar se dio en Gran Bretaña entre 1869 y 1900, durante la hegemonía indiscutible del capitalismo británico en el mercado mundial. Partidos tales como los Liberales del siglo XIX, o los Demócratas de hoy día, aunque pueden incluir un grado considerable de reformas sociales en sus programas a fin de reforzar su pretensión de ser “democráticos”, no son lo que caracterizaríamos como “partidos reformistas”.

Su éxito se basa en la limitación de la conciencia de clase trabajadora sobre sus propios intereses al plano puramente económico, que implica su fracaso en alcanzar la conciencia de clase política. La situación es bastante diferente con aquellos partidos –los socialdemócratas, laboristas y estalinistas- que nosotros caracterizamos como “reformistas”. Para comprender la importancia de la diferencia es necesario reafirmar el análisis marxista de la conciencia de clase trabajadora y su desarrollo.

El proletariado se crea como una clase objetiva por el desarrollo del capitalismo. Es una fuerza productiva esencial del modo capitalista de producción. Fue dentro de las relaciones de producción propias del capitalismo donde Marx ubicó la razón fundamental por la que los trabajadores pudieran ser receptivos a una ideología que aceptaba la sociedad burguesa no solo como el “orden natural” de las cosas sino también como el orden en el que podrían realizarse sus propios intereses. La raíz de esto fue la aparente igualdad de los socios que negocian el contrato de salario, trabajador y capitalista: “todas las nociones de justicia entre el trabajador y el capitalista, toda la mistificación del modo capitalista de producción, todas las ilusiones del capitalismo acerca de la libertad, todos los trucos apologéticos de economía vulgar, se basan en la apariencia de forma [la forma de salario] mencionada anteriormente, la cual oculta la relación real y de hecho se presenta a la vista justo como lo contrario de esa relación.”

Sin embargo, en realidad, cada trabajador es demasiado débil incluso para asegurar que la fuerza de trabajo realmente se intercambie por un valor equivalente en términos de salarios. Por lo tanto, desde su más temprana existencia, la clase obrera está obligada a adoptar formas de organización colectiva para hacer que se cumpla, al menos, un intercambio más equitativo.

La repetición continua de esta lucha, esta “guerra de guerrillas” como la denominó Marx, trae a la existencia a organizaciones permanente, los sindicatos, que constituyen un primer paso hacia la organización del proletariado como clase “en sí misma”. Esta organización de clase se convierte en un primer paso esencial para su organización “por sí misma”, a la conciencia de sí misma como una clase.

Esto no implica aun, de ninguna manera, un rechazo total del capitalismo. De hecho, cualquier éxito en la mejora de salarios y las condiciones puede reforzar la creencia de que la clase trabajadora se puede conciliar con el capitalismo. El sindicalismo, mientras que plantea la existencia de la clase trabajadora, reconoce a esa clase sólo como una categoría económica del capitalismo, no como una clase cuyo interés histórico se encuentre en la destrucción del capitalismo.

Como tales, los sindicatos pueden ser, y a menudo son, anti-socialistas. Lenin desde este ángulo correctamente destacó este aspecto en el famoso y todavía polémico pasaje Qué hacer: “El movimiento obrero espontáneo es el sindicalismo, es ‘nur Gewerkschaftlerei’ (negocio de los sindicalistas) y el sindicalismo significa la esclavitud ideológica de los trabajadores por la burguesía”.

Se da necesariamente el caso de que esta esclavitud se debilita enormemente donde la burguesía se ve obligada, por las exigencias de este sistema, a resistir los intentos de los sindicatos para mejorar los salarios y las condiciones laborales. Cuando la burguesía utiliza todas las fuerzas disponibles, incluido el poder del Estado, para aplicar las tasas más altas posible de explotación, la experiencia vital de la clase obrera limita su aceptación de la ideología burguesa.

Por el contrario, donde la burguesía puede conceder las reformas a la clase obrera o secciones importantes de la misma, esto puede reforzar la dominación de la ideología burguesa sobre la clase trabajadora. Además, el “éxito” del sindicalismo en ganar las reformas conduce a la creación dentro del movimiento laboral de una casta de especialistas en la negociación: la burocracia sindical.

Esta casta depende, para su existencia social, de la existencia del capitalismo y su política es la de colaboración de clase con la burguesía. No tiene ninguna necesidad inherente para crear su propio partido político. Cuando sus intereses, o los de sus miembros, requieren una acción gubernamental, se contenta en formar alianzas con los elementos de la burguesía que define como “progresistas” o “amigos del socialismo”.

Sin embargo, para que esa situación se mantenga durante un largo periodo, se requiere un capitalismo que sea tan próspero y tenga tan gran ventaja sobre sus rivales, que pueda darse el lujo de sistemáticamente “comprar” tanto a los dirigentes de la clase trabajadora como a grandes sectores de la propia clase. Este fue el caso de Gran Bretaña en el siglo XIX y es así en la actualidad con Estados Unidos. En tales circunstancias no son sólo los burócratas los que son “comprados” por la burguesía. Capas enteras de los propios trabajadores, especialmente de los trabajadores cualificados de industrias estratégicamente importantes o de sectores capaces de generar beneficios por encima de las tasas promedio de ganancia como resultado de la dominación imperialista del mundo, pueden ser sobornadas por la burguesía con mejores salarios y mejores condiciones que la media de los trabajadores.

Esto puede llevar no sólo a una relativa pasividad social por su parte sino a prestar un absoluto apoyo a la política imperialista y a su identificación con los intereses del Estado imperialista contra trabajadores de otras nacionalidades y, de hecho, contra otras secciones del proletariado en “sus propios” países. De esta forma, en los países imperialistas, la burocracia del trabajo y la “aristocracia de trabajadores” forman una correa de transmisión potente para la ideología burguesa hasta el mismo corazón de la clase trabajadora, en sus secciones mejores organizadas.

Sin embargo tal desarrollo no lo es sin sus contradicciones. El éxito del sindicalismo entre las capas “aristocráticas” constituye un modelo para otras capas que aprenden la importancia de la organización, la acción colectiva y la solidaridad, ya que incluso la “aristocracia” ha de arrancar sus privilegios de la burguesía.

Igualmente el desarrollo interno del capitalismo lleva a industrias anteriormente sin importancia o no rentables a convertirse en negocios de gran crecimiento y altamente rentables. En consecuencia, sus trabajadores son capaces de imponer mayores salarios, de ascender a la aristocracia del trabajo. Otra sección puede encontrar que su industria va en declive, puede entender que la innovación tecnológica socava su posición y se ven obligados a intentar defender sus conquistas anteriores.

En tales circunstancias se revela el carácter contradictorio del sindicalismo. Aunque acepta el capitalismo, su desarrollo le fuerza a luchar contra el capitalismo. El sindicalismo, una vez establecido, no puede limitarse a la negociación con los empleadores. La aplicación de las normas mínimas de protección, seguridad, duración de la jornada, para todos los sindicalistas y, por extensión, para todos los trabajadores, requiere medidas legislativas y, por tanto, la representación política de la clase trabajadora.

En dicha situación la táctica preferida por la burocracia sindical es la de buscar una alianza con una o otra facción dentro de la burguesía cuyos intereses no parecieran estar amenazados por las reformas propuestas. A esta sección la etiquetan como “los progresistas”. Sin embargo, donde la clase capitalista como un todo no está dispuesta a conceder reformas sin una lucha seria y donde no hay ningún “amigo del socialismo” para “representar” a la clase obrera, o cuando la presión de la clase obrera por las reformas es tan grande que una alianza abierta con tales políticos burgueses se convierte en imposible, se hace necesario crear un partido político para hacer campaña por las reformas legislativas.

Si esto tiene lugar como el resultado de la presión para las reformas de un movimiento sindical ya establecido, como fue el caso en Gran Bretaña, o si la lucha por los derechos sindicales es un componente de la formación de tal partido, como en Alemania, ese partido es un partido obrero.

Es decir, llega a existir como una expresión de los intereses de la clase trabajadora y su reconocimiento de la necesidad de una representación política independiente. En este sentido, la formación de ese partido es un paso histórico en el desarrollo político de la clase trabajadora. Es un paso al que siempre se ha resistido la burguesía quien, reconociendo la amenaza potencial inherente a la organización política independiente de la clase trabajadora, incluso ha llegado a adoptar, en determinadas circunstancias, las medidas más extremas para destruir dichas organizaciones.

Las políticas de ese partido, sin embargo, tampoco se producen espontáneamente ni se determinan por lógica interna alguna. Dejando a un lado presiones externas, son el resultado del choque de fuerzas contradictorias dentro de la propia clase y de los intereses particulares de secciones y elementos de otras clases que se han integrado en el partido de los trabajadores.

Si ese partido sucumbe a la política de colaboración de clases, representada de la mejor manera por la burocracia sindical, entonces su política subordinará los intereses de la clase obrera a la preservación del orden burgués. En este caso la máxima aspiración de ese partido será la lucha por las reformas dentro de la democracia burguesa. Será un partido reformista, cuya política es de carácter totalmente burgués. Sin embargo, su base social seguirá siendo diferente a la de otros partidos burgueses. Todavía se identificará en la mente de millones de trabajadores como “su partido”, el “partido de los sindicatos” o “el partido de los trabajadores”.

Por otro lado, en períodos de relativa paz social, especialmente cuando la socialdemocracia está en el Gobierno, otra tendencia viene a la palestra. La Socialdemocracia es considerada cada vez menos por su base como un “partido de los trabajadores” y cada vez más como un reformista liberal o “partido popular”, es decir, como un partido de la reforma social que está “por encima de las clases” y niega la lucha de clases. Para la mayoría de los votantes de la clase trabajadora y de la petit-bourgeois parece simplemente como el partido que es más favorable a la “gente común”.

De hecho es simplemente así cómo los líderes reformistas presentan sus partidos al electorado. Tales acontecimientos no alteran nuestra posición básica ante dichos partidos. Incluso en un período cuando esas actitudes se convierten cada vez más en un fenómeno de masas, la contradicción fundamental entre la clase trabajadora, base del partido, y su política burguesa, sigue existiendo.

Cualquiera que sea la tendencia mayoritaria en un período cualquiera, la lucha de clases que lleva a una más pronunciada identificación o la paz entre clases y la consiguiente pérdida de conciencia de la misma, llamamos a tales partidos “obreros burgueses”, un término que transmite su carácter contradictorio. Esto no significa que ambas partes de la contradicción tengan igual peso ni que los partidos reformistas tengan una “naturaleza dual”.

Por el contrario, la caracterización política de cualquier partido se determina por aquellas relaciones de propiedad de clase que en última instancia defiende, y por este criterio, los partidos reformistas son totalmente burgueses. El término “obreros” se deriva de la composición sociológica de la mayor parte de sus miembros, simpatizantes y electorado.

Esta caracterización puede aplicarse a los partidos socialdemócratas reformistas (los que tienen sus orígenes históricos dentro de la Segunda Internacional) y a los partidos reformistas estalinistas (los que tienen su origen en la Tercera Internacional, y que continuaron considerando, hasta la crisis y el colapso de los regímenes estalinistas en el período 1989-1991, a la URSS y a los estados degenerados de trabajadores como cualitativamente avanzados al compararlos con los estados burgueses). En ambos casos estos partidos difieren de otros partidos burgueses fundamentalmente en la existencia de vínculos orgánicos continuados con la clase trabajadora.

Esos vínculos se demuestran, por ejemplo, en la militancia masiva de individuos de la clase trabajadora, lectura de periódicos, organizaciones juveniles y abierta identificación con los sindicatos o secciones dentro de los mismos. En el caso de partidos como el Partido Laborista Británico, que deben su creación a iniciativas políticas sindicales, la afiliación directa de los sindicatos al partido constituye la principal base de masa del partido.

En cualquier caso los partidos obreros-burgueses siguen representando ese impulso original hacia la independencia política de la clase trabajadora y esto tiene que ser defendido por los revolucionarios contra cualquier intento de la burguesía de destruir estos partidos.

A pesar de sus innumerables traiciones a los intereses de la clase trabajadora, estos partidos siguen siendo una creación de la clase. Sin embargo han sido deformados, retorcidos y reconvertidos en todo lo contrario a una fuerza de clase independiente. Se han convertido en instrumentos de la burguesía para gobernar a la clase trabajadora y negar su independencia política.

Esta transformación, sin embargo, no es en absoluto inevitable. Donde la conciencia reformista llega a dominar el partido de los trabajadores, esto está inextricablemente vinculado al desarrollo y la consolidación de una casta de burócratas en los sindicatos y en el partido. Esta casta, además de ser una fuente constante de ideología burguesa dentro de las filas del movimiento de los trabajadores, es también una fuerza material real por sí misma.

Funcionarios a tiempo completo de los sindicatos y del partido se incorporan sistemáticamente a la sociedad burguesa. Cubriendo las vacantes en las comisiones del Gobierno, las juntas directivas de industrias nacionalizadas y comités de expertos, a través de la entrada en la maquinaria de gobiernos locales y elecciones a los ayuntamientos, incluso entrando en el Parlamento y, en última instancia, por puestos en los gabinetes de su “propio” gobierno o en gobiernos de coalición; tales personas adquieren las conexiones y el poder de controlar al partido y a los sindicatos.

Tras alcanzar su propia paz con la sociedad capitalista, esta casta utiliza su poder para imponer la aceptación de las necesidades de la burguesía a los miembros del partido y de los sindicatos. Sus miembros son los gendarmes del capital en el movimiento de los trabajadores y su primera línea de defensa contra posibles invasiones del movimiento obrero contra la sociedad burguesa. Para los comunistas, derrotar el dominio del reformismo sobre la clase obrera está relacionado directamente con la derrota y el derrocamiento de esta burocracia.

Un entendimiento revolucionario del reformismo, por lo tanto, debe abarcar tanto el reconocimiento de su carácter contrarrevolucionario y burgués así como de sus orígenes como una creación de la clase obrera en la lucha de clases. Los partidos reformistas, en consecuencia, son las organizaciones con las que la clase trabajadora pretende defender o ampliar sus intereses inmediatos en la sociedad burguesa. Así Trotsky definió a la socialdemocracia como, “el partido que se apoya en los trabajadores pero sirve a la burguesía”.

Esto pone de relieve su carácter político burgués. No fue sin embargo ninguna paradoja para él decir también que estos partidos, junto con los sindicatos, fueron “baluartes de la democracia de los trabajadores dentro del estado burgués”. Con esto reconoció que los trabajadores utilizan los partidos y organizaciones reformistas para presionar en la obtención de mejoras en sus condiciones sociales, económicas y políticas y en sus derechos dentro del capitalismo. Usan estos partidos como posiciones defensivas contra los ataques del Estado Capitalista.

Son de hecho débiles y en última instancia ineficaces “baluartes” contra cualquier intento decisivo por parte de la burguesía de destruir las mejoras de los trabajadores bajo el capitalismo, pero sin embargo son baluartes al fin y al cabo y, por lo tanto, una burguesía enfurecida y desesperada intentará destruirlos como obstáculos a su poder, (Alemania 1933, España 1936, Chile 1973). Tampoco son las contradicciones de las organizaciones reformistas características simplemente lógicas o analíticas. Existen en la vida real y son la propia esencia del reformismo. Sin sus raíces en la clase trabajadora, el reformismo sería inútil para la burguesía. Sin su compromiso con el mantenimiento del orden burgués, el reformismo no sería el obstáculo al progreso de la clase obrera en el que se ha convertido.

La confusión, y como resultado la táctica política incorrecta, ha fluido con énfasis exclusivista de uno u otro lado de la dialéctica que se expresa con el término “partido burgués de los trabajadores”. Aquellos “revolucionarios” que se guían por un método empírico, un método profundamente arraigado al menos en los países anglosajones, permanecen perplejos por las heterogéneas y cambiantes “apariciones” de la socialdemocracia. Como resultado esbozan generalizaciones sectarias extrapoladas sin dialéctica alguna a partir de cualquier elemento de su naturaleza reformista contradictoria que se muestre en una situación o período dados.

En determinados períodos desde la degeneración de la Cuarta Internacional, los “Trotskistas” han basado sus análisis sobre la socialdemocracia predominantemente en sus orígenes y apoyos en la clase obrera. Llegaron a la conclusión de que se trataba de “partidos de los trabajadores”, capaces de evolucionar hacia una política de la clase obrera consistente y de adoptar “políticas socialistas”. Los únicos obstáculos eran los “líderes burgueses”, que tendrían que ser sustituidos, y las estructuras organizativas burocráticas que tendrían que ser “reformadas”, “renovadas” o “democratizadas”. Como alternativa, en otras épocas, cuando se ven enfrentados a los gobiernos conservadores y puramente burgueses de socialdemócratas y laboristas de los años 60 y 70, con sus ataques a las libertades civiles y derechos sindicales, su racismo y sus políticas exteriores servilmente pro-imperialistas, los “Trotskistas” concluyeron que estos partidos eran pura y simplemente “partidos burgueses”. Reforzaron su conclusión con estadísticas que mostraban los lazos organizativos marchitos entre el partido y la clase obrera o el declive de su apoyo electoral entre la clase trabajadora.

Los frutos tácticos de estos análisis fueron, en el primer caso, una servil adaptación de los “trotskistas” intentado “conectar” con las corrientes de izquierda dentro de la socialdemocracia o, en el segundo caso, una denuncia inflexible y la abstención de cualquier contacto con los partidos laboristas y socialdemócratas. Estas dos posiciones, igualmente falsas, no son mutuamente excluyentes. Durante un período de tiempo los mismos grupos “Trotskistas” han zigzagueado de una a la otra. Lo que los une es la absoluta incapacidad para luchar contra la socialdemocracia con las tácticas de principio de la tradición comunista. Para evitar estos errores es necesario para los revolucionarios ser absolutamente claros, en primera instancia, en la caracterización política de los partidos reformistas como partidos burgueses. Sólo entonces es posible comprender la manera en que la ejecución de una política pro-burguesa puede ser condicionada por los orígenes proletarios y las raíces sociales del reformismo.

La estrategia de los partidos reformistas

El partido reformista es burgués en su objetivo y en su estrategia. Es decir, el “sistema de acciones combinadas” conduce no a la toma del poder por el proletariado sino a la obstrucción de esa toma de poder, para el mantenimiento del dominio de clase de la burguesía.

Este objetivo está, por supuesto, disfrazado por un compromiso con el “socialismo”, pero este “objetivo socialista” no es más que una acumulación de reformas “sociales” dentro del capitalismo. Incluso un compromiso abierto hacia “la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio” (como en la ahora abolida IV cláusula de los estatutos del Partido Laborista británico) ni prevé la expropiación de los expropiadores ni trasciende los límites del estado burgués en su forma “democrática”. Esa nacionalización no trasciende las medidas del estado capitalista.

El programa del Marxismo es cualitativamente diferente. Consiste en la toma de poder del Estado, el establecimiento del poder de los trabajadores a través de la dictadura del proletariado, la expropiación de la clase capitalista, el aplastamiento de la maquinaria burocrática militar del estado y, a continuación, la transición, con la base de una economía planificada y una democracia soviética de trabajadores, a una sociedad socialista sin clases.

Contra este programa científico la socialdemocracia, donde no simplemente eliminado cualquier “objetivo final” de su programa, aboga por una senda utópica-reaccionaria de reformas sociales, en el marco del Estado Burgués. Juzgada por este criterio la socialdemocracia no es socialista, sino un partido liberal, aunque uno de un tipo especial.

El Reformismo es burgués en sus tácticas. Es sistemáticamente oportunista. Lenin lo describió así: “Oportunismo significa sacrificar intereses fundamentales para obtener ventajas temporales y parciales”. Engels describió también el oportunismo como: “esta persecución y lucha por éxitos momentáneos haciendo caso omiso de las consecuencias posteriores”. Los objetivos e intereses históricos del proletariado son sacrificados a una perspectiva de reforma social fragmentaria, adquirida con movilizaciones que ejerzan presión sobre el estado burgués y, sobre todo, a una obtención de puestos gubernamentales (solos o en coalición con los partidos burgueses) por vía parlamentaria o electoral.

Dado que un gobierno tal funciona en el marco de la burguesía económica y supremacías jurídico-legal y policial-militar, esos gobiernos son desde el principio un instrumento de la clase dirigente contra la clase trabajadora. La burguesía ejerce su dominio a través de esos gobiernos. Los gobiernos laboristas son, por tanto, gobiernos burgueses. Las reformas son secundarias, determinadas en su alcance por la combatividad y la presión de la clase trabajadora, la capacidad de la clase dirigente a concederlas o su incapacidad para rechazarlas.

En cualquier caso las reformas se limitan a las medidas que o bien son en realidad beneficiosas para el capitalismo o al menos que no amenazan sus intereses estratégicos. Si un gobierno reformista promulga, o amenaza con promulgar, medidas gravemente perjudiciales para los derechos de la propiedad burguesa o para el poder del Estado, se encontrará con la resistencia o la revuelta del aparato del estado burgués. Variando en gravedad dependiendo de las circunstancias, el Gobierno podría ser “constitucionalmente” expulsado o derrocado por la fuerza armada.

En su ideología, el reformismo acepta los límites del Estado nación. Se identifica completamente con el “interés nacional”, a pesar del hecho de que esos supuestos “intereses de todos” son, en el capitalismo, simplemente una expresión ideológica generalizada de intereses burgueses. Rompe el carácter esencialmente internacional del proletariado y sus intereses. Más aún, en los países imperialistas tal “nacionalismo” es “imperialismo social”. Mientras que esto puede tomar una forma más o menos pacifista en tiempo de paz, en tiempo de guerra esto se transforma en un virulento chovinismo social (con su gemelo, el liberalismo).

La derecha reformista tiende a expresar abiertamente ese chovinismo en tiempo de paz y de hecho todos los gobiernos socialdemócratas de los países imperialistas actúan como los gobiernos imperialistas. Aunque bajo una etiqueta democrática y pacifista, la socialdemocracia es un suministrador de veneno chauvinista a la clase obrera. En la práctica organizativa del reformismo la vanguardia de los trabajadores se disuelve en una masa pasiva de militantes y electorado y es excluida del control del partido por la camarilla de parlamentarios y los burócratas sindicales.

Trotsky describe la estructura de los partidos socialdemócratas como: “… la escondida, la enmascarada, pero no menos fatal dictadura – los “amigos” burgueses del proletariado, los parlamentarios de carrera, los periodistas de salón, toda la camarilla de parásitos que permite a los miembros del partido hablar “libre y democráticamente” pero que tenazmente domina el aparato y, en definitiva, hace lo que le place. Este tipo de “democracia” en el partido no es más que una réplica del estado democrático burgués… “

Trotsky llega a la conclusión de que el propósito de esta “democracia fraudulenta” es limitar y paralizar la “educación revolucionaria de los trabajadores, para ahogar sus voces con el coro de concejales, diputados etc., que están imbuidos hasta la médula de los huesos de prejuicios pequeño-burgueses y reaccionarios.” El grupo parlamentario dicta la práctica política del partido en el gobierno y en la oposición. Los miembros del partido, sólo episódicamente involucrados y, cuando lo son, es casi exclusivamente en la rutina electoral o en acciones ocasionales de “protesta”, se ven desfavorecidos así frente al aparato de diputados, concejales y funcionarios a tiempo completo.

La pequeña burguesía y los trabajadores cualificados “de cuello blanco” proporcionan una base para los burócratas reformistas. Por ello la democracia formal de estos partidos se revela vacía, permitiendo a los parlamentarios, a la burocracia del partido y a la sindical, dominar el partido completamente. Además la rígida separación entre las organizaciones políticas y las económicas del proletariado, sancionada en las frases “las dos alas” o “los dos pilares” del movimiento laborista, ayuda a preservar el dominio de los parlamentarios y los burócratas sindicales por igual.

La política se mantiene bajo mínimos en los sindicatos, y dentro del partido cualquier idea de “acción directa” o la utilización de los sindicatos para fines políticos es un anatema. El partido se mantiene exclusivamente para la actividad electoral.

Aunque la necesidad del reformismo de relacionarse con su base social, y mantenerla, es una consideración secundaria con respecto a su naturaleza fundamental, es, sin embargo, precisamente esto lo que diferencia a este partido burgués de todos los demás. A diferencia de otros partidos burgueses, el partido reformista debe referirse a las luchas inevitables de la clase obrera contra el capitalismo de forma que pueda mantener incontestado su liderazgo de la clase trabajadora. No puede ese partido oponerse de raíz a las acciones que toman los trabajadores para defenderse. Más aún, para no ser dejados de lado, los líderes reformistas deben en cierta medida apoyar y dirigir las luchas a pesar de que contengan en su interior una dinámica anticapitalista.

El intento de “permanecer por delante de los trabajadores” en tales situaciones y, al mismo tiempo limitar el daño causado a los intereses del capital, permite a los revolucionarios desarrollar tácticas para aprovechar y explotar la contradicción presentada dentro de reformismo. En su forma más general la contradicción fundamental se da entre una clase objetivamente revolucionaria que se pone en marcha contra el capitalismo por las leyes del propio sistema, sus guerras y sus crisis y un partido anti-clase-obrera y contrarrevolucionario y una estructura sindical socialmente basados en esa clase.

Un entendimiento dialéctico del desarrollo histórico del reformismo como un producto de la lucha de clases, pero también como un freno a esa lucha, permite a los revolucionarios comprender cómo la fuerza del reformismo puede variar con el tiempo, dependiendo del ritmo de la lucha de clases y del movimiento de la propia sociedad capitalista. En períodos de expansión capitalista, existe la posibilidad de ganancias relativamente grandes y de larga duración para los trabajadores. Estas oportunidades son mayores para todos los trabajadores cualificados de las grandes potencias imperialistas. Son más pequeñas e incluso insignificantes para los no cualificados de esos países o para los trabajadores en países coloniales o semi-coloniales. Períodos prolongados de crecimiento dentro de capitalismo de (por ejemplo la década de los 80 y comienzos de los 90, o los años 50 y 60) son el semillero natural del reformismo. El papel de la burocracia contrarrevolucionaria en esos períodos es negociar reformas que, siendo importantes para la clase trabajadora, rara vez son más que pequeñas concesiones desde el punto de vista de la burguesía y no desafían las raíces de su poder en la economía y el estado. Sin embargo, las luchas necesarias para ganar estas concesiones sirven para ampliar y fortalecer la organización de la clase trabajadora incluso cuando sean bajo dirección reformista.

No se da, sin embargo, de manera automática o inevitable un triunfo del reformismo en esos períodos. La lucha decide el resultado. En todos los períodos, ya sea en crecimiento o en recesión, un liderazgo comunista consciente puede intervenir para modificar, utilizar, compensar e incluso invertir, las tendencias “espontáneas”. Si esto se hace así, entonces incluso los períodos de estabilidad social pueden ser períodos de preparación, de formación de las fuerzas, de educación y de desarrollo de la conciencia política de la vanguardia.

En los períodos de crisis capitalista aguda los líderes reformistas no dejan de negociar, sólo que ahora negocian concesiones, importantes y dolorosas, del proletariado a la burguesía. Estos líderes tienen que mostrar una mayor o menor pretensión de resistencia: verbal, parlamentaria e incluso acción de protesta sindical (huelgas y manifestaciones). Su objetivo no es la derrota histórica o estratégica de la burguesía. Es forzar a la burguesía a volver a la senda de las concesiones menores o, al menos, a moderar sus demandas sobre el proletariado, lo que los líderes reformistas pueden “vender” a sus miembros. Sin embargo, incluso esas movilizaciones parciales o simulacros de movilización corren el riesgo de alentar a las masas a ir más allá de la intención de los dirigentes.

Los líderes reformistas mismos están sujetos a una contradicción; sobre todo deben mantenerse en su posición como líderes de las masas. Sus privilegios de casta, su sueldo, su importancia social en la sociedad burguesa dependen totalmente de esto. Tienen que mantener la organización de los trabajadores e incluso movilizarlos hasta cierto punto. Sin embargo, si movilizan a los trabajadores demasiado luego ellos mismos pueden perder el control completamente y corren el riesgo de quedar entre la embestida de la burguesía y el alzamiento de sus propios miembros. Estos dos polos de presión producen un ala derecha y un ala izquierda dentro de los sindicatos y los partidos políticos reformistas. La tarea fundamental del ala derecha, que responde a la burguesía, es negociar y cooperar con los funcionarios del estado, ser un ejecutivo leal y digno de confianza para el capitalismo. La principal tarea de la izquierda es mantener el contacto con las masas, para sostener y revivificar las ilusiones en ellas de que sus necesidades y aspiraciones exigen la sumisión a la burocracia reformista y a los parlamentarios. Parte de esta tarea consiste en convencer a las masas de que las traiciones y engaños que estos partidos traen a la clase trabajadora no son inherentes al liderazgo y programa reformistas. Todos los partidos reformistas en el gobierno, donde actúan como el ejecutivo de la burguesía, tienen una tendencia a desgastar su “credibilidad” que, en consecuencia, debe ser renovada con un período en la oposición y por lo general, con un cambio de personal.

Esto último generalmente se produce por el acceso de los elementos de la “izquierda”, o de la oposición “permanente”, al liderazgo- una vez que hayan cortado todos los vínculos con las masas y siempre que no hayan cometido muchas acciones en el pasado que les hagan poco fiables a la discreción y seguridad del estado burgués.

En “períodos pacíficos” cuando las masas de los trabajadores esperan sólo reformas limitadas, este proceso cíclico de los gobiernos productores de desilusión y períodos de oposición para crear nuevas ilusiones, se reproduce con poca interrupción. En los períodos de crisis capitalista, sin embargo, este proceso puede tomar un carácter convulsivo.Theses on ReformismReformism and the workers’ movement – Introduction

La Táctica Revolucionaria respecto del Reformismo

La aparición de una crisis siempre ha estado acompañada históricamente por la lucha de la clase trabajadora por defender sus victorias pasadas y mantener los niveles de vida. El éxito en estas luchas limita seriamente la capacidad de la burguesía para obligar a la clase obrera a pagar el coste de la crisis.

Como en los períodos de expansión, los revolucionarios deben intervenir en esas luchas, abogando incluso por que las demandas más parciales o defensivas sean peleadas con los métodos de acción directa y con la participación democrática del mayor número posible de trabajadores de manera que puedan ganar la batalla y preparar a la clase política y organizativamente para el período de tiempo por venir.

El ejercicio de estas luchas, sin embargo, no conduce por sí mismo, al desarrollo de la conciencia revolucionaria. Esa creencia es el sello de economicismo. Los revolucionarios no pueden contentarse simplemente con discutir las mejores y más eficaces formas de obtener las demandas espontáneas de los trabajadores.

Incluso donde esas exigencias tienen un contenido progresista (que no siempre es el caso) es el deber de los revolucionarios vincular la lucha por ellos con la misión histórica del proletariado: la conquista del poder del estado. Tal vínculo sólo es posible mediante el uso de las demandas de transición: demandas que satisfagan las necesidades reales y centrales de los trabajadores y que chocan con los intentos de los capitalistas y de su estado para que los trabajadores paguen el coste de la crisis.

El sistema de las demandas de transición, presentado por los comunistas, agita la lucha por el poder de los trabajadores ejercido a través de órganos de lucha como Soviets (consejos) y comités de fábrica, y así organiza a la clase obrera y la dirige hacia la lucha por la conquista del poder del estado.

Necesariamente la lucha de la clase trabajadora por demandas inmediatas o por demandas de transición provoca un conflicto potencial con los líderes reformistas establecidos. Esos líderes están divididos entre su compromiso con el capitalismo y su necesidad de conservar el liderazgo de las organizaciones de los trabajadores.

Cada paso que dan para mantenerse por delante de los trabajadores tiende a generar aún más esperanzas y exigencias que van más allá de lo que puede cumplir un partido burgués (o un gobierno burgués de los trabajadores). Igualmente, en el curso de las luchas, nuevos líderes se alzan, a menudo de una variedad de militante reformista de izquierdas. Mientras que diferentes tácticas pueden ser necesarias en la relación con esos líderes, no son cualitativamente diferentes de la burocracia arraigada conservadora. Reflejan la conciencia de los trabajadores que los eligen. Como tales representan, y se convierten en los medios para mantener, las limitaciones reformistas de la conciencia de estos trabajadores.

Trotsky señaló este hecho en relación al laborismo y los sindicatos de izquierda de Gran Bretaña en la década de 1920: “los izquierdistas reflejan el descontento de la clase obrera británica. Aún no está bien definido, y expresan su profundo y persistente esfuerzo por romper con Baldwin-MacDonald usando frases de izquierda pero que no implican obligación alguna. Transforman la impotencia política de las masas en pleno despertar en un laberinto ideológico. Ellos constituyen una expresión del movimiento hacia adelante, pero también actúan como un freno en el mismo.”

Para promover la conciencia de los trabajadores más allá de en su elección de los líderes reformistas, es vital que los revolucionarios aborden tácticas hacia estos líderes. Sólo si las insuficiencias de los líderes, de las variedades de izquierda y de derecha, pueden entenderse por los trabajadores en lucha, serán superadas…

Dondequiera que grandes sectores de trabajadores son dirigidos por los no-revolucionarios es necesario para los comunistas no sólo movilizar a sus miembros en la consecución de objetivos existentes de la clase obrera, sino también plantear otras demandas inmediatas y demandas de transición necesarias para la lucha. En ningún caso, se debe dar la impresión de que se puede confiar en los dirigentes no-revolucionarios para llevar a cabo tales demandas.

Esta táctica tiene tres objetivos. En primer lugar, para someter a los líderes a la prueba de sus propios miembros. En segundo lugar, para divulgar las demandas que mejor satisfacen los intereses de la clase trabajadora. En tercer lugar, para mostrar la necesidad de una lucha de clases decisiva contra la burguesía. La correcta aplicación de este método lleva consigo el potencial no sólo de hacer añicos las ilusiones en algunos reformistas en particular, sino también en el reformismo per se; abriendo así la posibilidad de ganar a los trabajadores para un liderazgo revolucionario alternativo.

Sin embargo, incluso en la peor crisis no hay proceso puramente objetivo o automático que conduzca a la conciencia revolucionaria. Si un liderazgo y una estrategia revolucionarios no triunfan, entonces la derrota y la desmoralización restaurarán a los líderes reformistas en el control sobre una militancia domesticada y rota o, en casos extremos, la burguesía puede ser capaz de destruir completamente las organizaciones legales de trabajadores. La dialéctica de la lucha de clases plantea la posibilidad de que el movimiento de los trabajadores se eleve a un nivel revolucionario en términos de liderazgo, organización y tácticas.

Sin embargo, si el desenlace del choque entre el proletariado y la burguesía no ocurre en este nivel, entonces se debe presentar en un nivel inferior y la lucha se decidirá a favor de los intereses de la burguesía. Así, aunque la socialdemocracia sufrió graves golpes durante el gran periodo de crisis entre las guerras imperialistas mundiales, las ineptas tácticas de los revolucionarios, las vacilaciones de los centristas y, el criminal sabotaje de la burocracia estalinista, permitieron a los reformistas renovarse y crecer desde el mismo polvo al que las crisis y la lucha de clases les había arrojado.

El reformismo estaba moribundo, y sin embargo, las fuerzas de la revolución no pudieron enviarlo al abismo. Esto revela el peligro extremo de todos los esquemas simplistas para el desarrollo de la conciencia revolucionaria. Todos ellos, desde el más evolutivo y gradual hasta el más catastrofista sometieron al “proceso objetivo” lo que realmente son las tareas de los revolucionarios. Tal esquematismo es un signo seguro de centrismo frente a los líderes reformistas: “porque siempre ha sido el centrismo el que ha escondido los pecados del oportunismo con referencias solemnes a las tendencias objetivas de desarrollo… pero en realidad, expresado en este presunto objetivismo revolucionario, es simplemente un esfuerzo para eludir las tareas revolucionarias dejándolas caer en los hombros del así llamado proceso histórico.”

Tal esquematismo puede verse claramente entre los centristas modernos aunque afirmen su adhesión a las ideas de Trotsky. El catastrofismo de la tradición de Gerry Healy, tipificado en los documentos y perspectiva de su Comité Internacional de la Cuarta Internacional, no es más que una forma primitiva y temprana del objetivismo que caracterizó el ala “Trotskista” de Pablo-Mandel en el Secretariado Internacional.

Según esto el capitalismo actual está, y ha estado durante 40 años, al borde de un desastre. Los trabajadores están henchidos de conciencia revolucionaria y sólo una delgada capa, los líderes reformistas, frenan a las masas de alcanzar su designada alternativa, el Partido Revolucionario. Este último tiene que ser construido, desde el principio, con todos los aparatos y autopromoción de un partido de masas, preparado para la catástrofe. Los trabajadores pueden, a continuación, simplemente unirse al partido de manera masiva y ser liberados de sus imaginaciones y espejismos.

De esta manera las tácticas para superar el reformismo, consagradas a un frente unido, se oxidan por inactividad, mientras que lo en realidad es – a pesar de toda su autopromoción – solo un grupo de propaganda, degenera en una secta y de ahí en un culto, envuelto en una nube de dialéctica idealista y mistificación. Esta fue la historia del “Partido Revolucionario de los Trabajadores” de Healy.

El esquema alternativo, característico del ala Mandelista de los fragmentos degenerados del trotskismo, es tratar de ayudar en el proceso de la revolución mundial actuando como organizadores y procuradores para los líderes del centro-izquierda y el reformismo de izquierdas. Estos líderes deben ser apoyados porque ellos encarnan la marcha hacia adelante de la historia. El esquematismo centrista y el “objetivismo” pueden conducir a conclusiones sectarias y oportunistas dentro de la propia agrupación política.

Por ejemplo, llevó al grupo de Healy a ser complaciente con el Bevanismo en los años 50 y a la histeria de proclamación de partidos en la década de los 70. De manera similar la actitud de los Mandelistas británicos con respecto al Partido Laborista oscilaba desde el “Let it Bleed” (dejar que se desangren) y las amenazas de irrumpir en sus mítines electorales en 1969 hasta el abyecto servilismo ante Benn en la década de los 80.

Los resultados parecen opuestos, pero el método subyacente es el mismo. Al ofrecer a los militantes de la clase obrera o bien la transformación evolutiva de los partidos reformistas o bien “la construcción del partido” (es decir, unirse a la secta), ambas variantes del centrismo son completamente inútiles para los trabajadores ante la necesidad, aquí y ahora, de luchar dentro de las organizaciones reformistas y junto a los trabajadores reformistas.

Los comunistas revolucionarios no sólo ofrecen su programa alternativo como talismán mágico, ellos utilizan las tácticas que son, al mismo tiempo, las tácticas necesarias para ganar las batallas de clase y las tácticas necesarias para superar el reformismo. Estas tácticas sólo pueden desarrollarse sobre la base de la experiencia viva de la lucha de clases.

Por esta razón recibieron su forma canónica máxima durante el período del conflicto más intenso entre el comunismo y el capitalismo. Esto tuvo lugar en los años inmediatamente después de la primera toma del poder del estado por un proletariado liderado por los comunistas, la Revolución Rusa de octubre de 1917.

En su lucha por el poder en Rusia los bolcheviques se vieron enfrentados a una doble tarea. La dinámica de la lucha de clases condujo a la creación por los trabajadores de los Soviets, órganos de lucha basados en la democracia directa de la clase trabajadora. Dentro de los Soviets, sin embargo, la mayoría de los delegados de los trabajadores no reconocieron, inicialmente, la necesidad de una revolución.

Esto provocó que el liderazgo de los Soviets y, por tanto, de la clase trabajadora, cayó en manos de los mencheviques quienes, a diferencia de la clase trabajadora, conscientemente se oponían a la revolución.

Los bolcheviques, por lo tanto, tenían que revelar a las masas tanto la naturaleza, en última instancia anti-obrera, del Menchevismo, como la necesidad de la revolución para la clase trabajadora. Las tácticas de los bolcheviques, resumidas en los lemas “Todo el poder para los Soviets” y “Romper con la Burguesía”, tenían por objeto permitir a las masas de la clase obrera aprender, a través de su propia experiencia de lucha, que sólo la conquista del poder del Estado puede resolver sus problemas y que los mencheviques harían todo lo posible para evitarlo.

Los bolcheviques convencieron a los trabajadores de lo que necesitaban: el poder soviético como medio para alcanzar la “la Paz, el Pan y la Tierra” y de la necesidad de exigir a los líderes que se proclamaban comprometidos con la clase obrera y los Soviets, que realmente llevaran a cabo esta política. A través de esto, la contradicción entre la rápidamente desarrollada conciencia de clase política de los trabajadores y la contención que los mencheviques ejercían sobre ellos (basada según ellos en la antigua falta de esa conciencia de clase política), se tensa hasta el punto de ruptura.

En el calor de la revolución, este método de lucha contra los líderes reformistas y hacer posible que las masas superaran su propia conciencia reformista, no fue ni ordenado ni generalizado. Sin embargo la táctica de agitar la acción masiva y exigir que los líderes reformistas apoyaran y lideraran esa acción para mantener la confianza de la mayoría de los trabajadores, fue utilizada repetidamente por los bolcheviques. Fue esta práctica la que una temprana Comintern cristalizó en el complejo de tácticas conocido como el Frente Unido.

El Frente Unido

El uso eficaz de tácticas para derrotar el reformismo requiere una comprensión firme de la estrategia de la cual estas tácticas son un componente.

No debe permitirse que la serie de tácticas relacionadas que han llegado a conocerse como el Frente Unido usurpen la función a la que están subordinadas. Cualquier teoría o práctica que asigne al Frente Unido, ya sea en una de sus formas, o a través de la serie de frentes unidos, el papel de un camino ininterrumpido al socialismo, no tiene principios y sólo puede llevar al abandono sistemático y progresivo del programa revolucionario. Mortal de necesidad, tal teoría lleva a la negación de la función independiente y consciente de la clase obrera en su propia emancipación. Progresivamente se degrade y renuncia en la práctica al papel de un partido revolucionario. Transforma al Frente Unido de un arma contra el reformismo en un pretexto para la entrega ideológica al, y la liquidación organizativa en, el reformismo.

El camino al poder de la clase obrera no se encuentra sobre un plano ininterrumpido de acción sindical o electoral, no importa cuánto tiempo cualquier movimiento laborista nacional particular pueda haber estado limitado a tal tipo de acción. Es profundamente discontinuo, se dan catástrofes así como triunfos, la pérdida de ganancias previamente adquiridas, la creación de nuevas formas de organización y tácticas, avances en la propia conciencia… todos ellos caracterizan la historia del movimiento obrero internacional.

Es la tarea de revolucionarios prepararse programática, táctica y organizativamente para estos eventos. El papel creativo de la propia clase obrera y de las otras clases oprimidas es la piedra angular de la táctica marxista. La experiencia de los movimientos obreros británico, francés y alemán, que culminó en la Comuna de París, fue el impulso creativo insustituible para la fundación del socialismo científico. Sobre la base de un análisis crítico de esta experiencia, Marx y Engels llegaron a elaborar los principios y la estrategia para el poder de la clase obrera, el papel de los sindicatos y la necesidad de un partido político de la clase trabajadora. Lenin y Trotsky asimismo desarrollaron el programa tomando como base el uso por parte del proletariado ruso de la huelga masiva y de los Soviets; no hicieron esto adorando la “espontaneidad”.

No intentaron presentar o defender lo que era inconsciente, retrospectivo o confuso en todos estos grandes ejemplos de la creatividad proletaria. A través del análisis crítico entendieron la esencial dinámica de avance de estas creaciones. Sobre todo entendieron el papel vital del partido de la vanguardia revolucionaria. Lo entendieron como el formulador de la estrategia y las tácticas, como el candidato alternativo para el liderazgo en las luchas diarias de clase y, necesariamente, como el estado mayor y los cuadros de la mayoría decisiva del proletariado, en la toma del poder político.

La necesidad de un programa científico, re-elaborado siempre que sea necesario para satisfacer los cambios fundamentales, pero defendido con firmeza contra la revisión impresionista, es la esencia misma del partido, su significación vital. Sobre esta base el partido guía su propio trabajo y se esfuerza en guiar al proletariado, en desarrollar perspectivas concretas y en utilizar y combinar tácticas de acuerdo a los principios.

Esas tácticas son de acuerdo a principios cuando, en una situación dada, ayudan a la clase a avanzar hacia su objetivo histórico, sea de manera general o parcial. Es decir, las tácticas que desarrollan su conciencia de clase y su organización. Las tácticas son no de acuerdo a principios (u oportunistas) cuando por la obtención de supuestas ganancias momentáneas o por el bien de una parte de la clase trabajadora, sacrifican intereses fundamentales o perjudican la unidad y los intereses de la clase como un todo, a nivel nacional e internacional.

No se lucha por la estrategia y las tácticas simplemente con la exposición literaria o a través de la propaganda. Las ideas no conquistan por su inherente corrección. Se les debe dar expresión organizada. Las ideas conquistan sólo en manos de un grupo organizado, un liderazgo potencial para la clase trabajadora. Este liderazgo alternativo no puede triunfar de una vez, sino parcialmente, y de manera desigual al principio.

Sólo al final esta lucha se convierte en uno de los conflictos entre partidos de masas, entre las secciones del proletariado agrupadas bajo las banderas de la revolución o la reforma. Cuando se plantean cuestiones decisivas para el proletariado de manera objetiva debido a la guerra, la crisis social o la revolución, la falta de un grupo revolucionario o su debilidad, su falta de raíces (militantes expertos) en el proletariado, crea una “crisis de liderazgo”. Esta crisis presenta enormes posibilidades a los revolucionarios armados con el programa y tácticas adecuados.

El operario de estas tácticas es la organización de los revolucionarios. Esta organización tiene que pasar a través de una serie de etapas de crecimiento desde un núcleo ideológico, pasando por los círculos de la propaganda, hasta un partido que englobe a la vanguardia de la clase trabajadora. Su base en todas las etapas es un proceso de debate ideológico y programático que concluye en las decisiones de acción común.

Como consecuencia, ya que la agrupación se fusiona con las luchas de los trabajadores e incluye en sus filas a los trabajadores avanzados, surge la democracia de los trabajadores y un disciplinado centralismo de acción democrática. En todas sus etapas de crecimiento y a través de todos los compromisos formales o tácticos, el principio leninista de la organización, de la construcción del partido, no se puede poner en compromiso o ser diluido en favor de alternativas reformistas o centristas.

Las tácticas no pueden suplantar a la estrategia. Si esto ocurre, en primer lugar se disfraza el Frente Unido, luego se disuelve o conduce a la degeneración de la propia organización revolucionaria, llevando así al triunfo del reformismo. El reformismo tiene demasiadas de esas victorias en su haber. Sin embargo, no existe alternativa al campo de batalla de la lucha de clases y por lo tanto no se pueden evitar estas “batallas” específicas del Frente Unido.

La abstención Bordigista, un rechazo propagandista pasivo de los compromisos tácticos, incluyendo el Frente Unido, no es tampoco ninguna solución a los “peligros” inherentes en todo conflicto de la vida real. La clase obrera, lo quieran los sectarios o no, se enfrenta a la necesidad imperiosa de luchar por los problemas inmediatos, que van desde las luchas sectoriales a aquellos que objetivamente plantean la cuestión del poder político en la sociedad.

La clase obrera no puede esperar y no esperará pasivamente hasta que llegue el liderazgo “adecuado”. Las tácticas del Frente Unido permiten una respuesta inmediata a los ataques de los enemigos de clase. Facilitan un conflicto frontal contra el enemigo común, pero necesariamente incluyen un flanco de lucha política contra los traicioneros líderes reformistas. Esta necesidad se basa tanto en el inmediato objetivo táctico de la lucha que está siendo peleada, como en el interés histórico de la clase obrera. Están inextricablemente vinculados a la utilización, basada en los principios, de las demandas inmediatas (económicas y políticas) y de las demandas de transición.

De esta manera se pueden plantear un programa de acción alternativa y un liderazgo alternativo para responder a las repetidas crisis causadas por la dirección reformista. Precisamente porque las tácticas comunistas son producto de la unidad del análisis científico de la sociedad y de la práctica revolucionaria en la lucha de clases es por lo que están sujetas al desarrollo histórico, a re-evaluación, a re-elaboración. Esto no es menos cierto del análisis marxista del reformismo y del desarrollo de tácticas para combatirlo.

La lucha marxista contra el reformismo no comenzó con la cristalización de la expresión “Frente Unido” en la Comintern Leninista. El Marxismo nació de la lucha contra un reformismo, el de los socialistas utópicos decadentes o “híbridos” de ideologías democráticas y “socialistas” en las décadas de 1840-1860. Las luchas de Marx y Engels contra Pierre Joseph Proudhon y sus seguidores, contra los “socialdemócratas” de Louis Blanc agrupados en torno al periódico La Reforme, contra la influencia de Ferdinand Lassalle en el naciente movimiento socialdemócrata alemán… todas ellas acumularon gran parte del capital programático utilizado por Lenin, Luxemburgo y otros en la lucha anterior a 1914 contra el creciente poder de oportunismo y el revisionismo.

En 1848/49, Marx y Engels practicaron diversas formas de “Frente Unido”. Riazanov remarca, de manera justa, con respecto a la Primera Internacional y su “Discurso Inaugural” que, “Marx y Engels dieron un ejemplo clásico de tácticas de ‘Frente Unido'”. Muy correctamente, los fundadores del socialismo científico consideraban que el “reformismo” al que combatían tuvo sus orígenes en la pequeña burguesía y el entorno artesanal, de los cuales estaban surgiendo el proletariado moderno y sus organizaciones.

Sin duda las utopías reaccionarias de Proudhon y Bakunin representan un “retraso” pequeño-burgués obligado a ceder terreno y desaparecer antes del avance del socialismo científico. El optimismo crítico de Marx y Engels aparece bien fundado, habida cuenta de los logros de la Primera y la Segunda Internacionales, en obtener la adhesión del movimiento obrero mundial al marxismo.

Sólo en Gran Bretaña, Marx y Engels encontraron lo que podemos llamar “reformismo moderno”, un proletariado que había caído bajo la influencia burguesa. Esta hazaña la atribuyeron al dominio británico del mercado mundial, a la “compra” de los sectores de los líderes de los trabajadores británicos por la burguesía, a la existencia de un estrato aristocrática de trabajadores cualificados cuyos sindicatos dominaron el movimiento obrero y que eran liberales-radicales en sus perspectivas políticas.

Además, subrayaron el caos causado por la hostilidad entre los inmigrantes irlandeses y los trabajadores británicos, estimando que la nulidad política de estos últimos se deriva de su connivencia en la opresión nacional de Irlanda. Su pronóstico fue que cuando la indiscutida explotación británica del mundo entero fuera rota por el capitalismo en rápido desarrollo de los Estados Unidos y de Alemania, y cuando la gran masa desorganizada del proletariado comenzara a agitarse “habrá socialismo de nuevo en Inglaterra.”

Mientras que el análisis de Marx y Engels de las raíces del fracaso de los trabajadores británicos para crear un movimiento político independiente provee de una importante arma metodológica a Lenin después de 1914, el decenio anterior a esta fecha límite vio el engaño del pronóstico optimista de que el reformismo es un fenómeno que se desvanecería vinculado a una clase moribunda.

La resistencia decidida de los líderes de los sindicatos alemanes a las tácticas de la huelga masiva, el crecimiento del revisionismo en el Partido Socialdemócrata de Alemania, así como la burocratización rápida del partido desde 1905, fenómenos todos que se repiten en mayor o menor medida a lo largo de todos los partidos de la Segunda Internacional (1889-1914), indicaban que las raíces del problema debían examinarse de nuevo.

Lenin y Luxemburgo, desde 1899 hasta 1914 lucharon vigorosamente contra el revisionismo y el oportunismo, criticándolos, teórica y prácticamente, como tendencias burguesas dentro del movimiento obrero. Ninguno de ellos, sin embargo, entendió sus raíces o su plena capacidad hasta 1914. La catástrofe se produjo en 1914 cuando todos los grandes partidos de la Segunda Internacional, con la excepción de los rusos, votaron a favor de los créditos de guerra en contravención de las resoluciones aprobadas por sucesivos congresos de la Segunda Internacional, en particular los de Zürich (1893), Stuttgart (1907) y Basilea (1913), y apoyaron una paz entre clases para asegurar la victoria de sus propias “patrias” imperialistas.

No sólo fue el proletariado privado de golpe de las organizaciones de masas de lucha de clases que habían creado dos generaciones, sino que toda la magnitud del tumor canceroso del burocratismo reformista fue nítidamente revelado. También fue revelado en toda su dimensión el cambio trascendental que se produjo en el capitalismo: su desarrollo hacia su etapa final, el imperialismo. El análisis de Lenin sobre este cambio no fue simplemente “económico”. La nueva “época de guerras y revoluciones” había creado una nueva base para la política laborista burguesa.

De acuerdo con el análisis de Lenin, el nuevo capitalismo imperialista fue capaz, sobre la base de súper-beneficios, de hacer concesiones a los estratos superiores de la clase trabajadora, la aristocracia del trabajo. Este estrato se convirtió, por tanto, en “conservadorizado”, adoptando una forma de vida petit-burguesa. Con la ayuda de los sindicatos y a través de las reformas obtenidas por el uso del sufragio municipal y parlamentario, este estrato sintió que había “resuelto la cuestión social” sin recurrir a la lucha revolucionaria.

En consecuencia, se convirtió en la base social de una poderosa burocracia conservadora dentro de los sindicatos y en las partidos de masas, cooperativas y organizaciones de los trabajadores. Este proceso de “conservadorización” y burocratización había avanzado rápidamente desde la década de 1890 hasta 1914. Había ocurrido en movimientos laborales dominados por el marxismo y en aquellos donde era débil, aunque en los primeros fue disfrazado tras una fraseología ortodoxa formal. Agosto de 1914 plantea la disyuntiva para este nuevo reformismo. Ahora tenía que “atreverse a aparecer como lo que era en realidad”, como había dicho Eduard Bernstein.

Sólo en las condiciones de guerra imperialista este partido no era, como había esperado el padre del revisionismo, “un partido democrático de la reforma social”, sino un partido del social chauvinismo o social imperialismo. Así el reformismo se reveló a la corriente revolucionaria representada por Lenin, Luxemburgo y Liebknecht, no como el ala derecha y oportunista del ejército proletario, sino como el ala izquierda de las fuerzas de la burguesía.

Estos agentes burgueses dominaban, sin embargo, la mayor parte de las organizaciones de los trabajadores con un férreo control- una rígida estructura burocrática que sofocaba la democracia proletaria y ejercía tareas policiales sobre las organizaciones de los trabajadores, persiguiendo y atomizando la vanguardia revolucionaria. Obviamente tenían que desarrollarse tácticas marxistas para superar este enorme retroceso. Y tenían que basarse en la movilización de las masas trabajadoras para derrotar a los burócratas reformistas, para establecer la mayoría contra la minúscula minoría, la base contra la cima.

Estas tácticas no fueron “elaboradas” por los teóricos súper-sabios al margen de la lucha. Se desarrollaron en el crisol de una gran revolución victoriosa y una derrota trágica para el proletariado. Sobre la base de las experiencias rusa y alemana, la Comintern leninista elaboró las tácticas del Frente Unido.

Entre febrero y octubre de 1917, la clase obrera de Rusia, a través de sus Soviets, conquistó el poder de hecho en las grandes ciudades. La Orden Número Uno del Soviet de Petrógrado dio instrucciones a los trabajadores y soldados para cumplir solo aquellas órdenes del Gobierno Provisional burgués que el propio Soviet hubiera respaldado. Sin embargo, la mayoría de los trabajadores en este período había aceptado el liderazgo de los reformistas mencheviques. Estos últimos no tenían ningún deseo de ejercer el poder de los Soviets para destruir el estado burgués ya tambaleante. En su lugar utilizan a los Soviets para apuntalar el tambaleante Gobierno Provisional. Los bolcheviques, reconociendo que el estado burgués sólo podría ser derrocado por la decisión consciente de la mayoría de la clase obrera de tomar el poder por sí mismos, desarrollaron tácticas que podrían ganar los trabajadores para esa estrategia y expulsar a los mencheviques. Esto significaba que, en lugar de meramente contraponer su programa-revolución a las ilusiones de las masas de que podrían ver sus necesidades satisfechas sin una revolución proletaria, tenían que demostrar, en acción común con los trabajadores liderados por los mencheviques y los campesinos liderados por los social-revolucionarios, que sus demandas inmediatas de paz, pan y tierra exigían una toma del poder de manos de la burguesía.

Que los bolcheviques fueran capaces de hacer esto no fue debido, en última instancia, ni a la debilidad del reformismo en la atrasada Rusia, o al indudable genio de Lenin y Trotsky. En el curso de su desarrollo, los bolcheviques habían aprendido a evitar la doble trampa del oportunismo y del sectarismo. Se resistieron a la tentación de imponer su programa contra la conciencia limitada de los trabajadores o a liquidar su programa a fin de acomodarse a esa conciencia limitada.

Esto no se logró sin amargas luchas dentro de las filas del movimiento revolucionario, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). En 1905 fue necesario superar una actitud sectaria del primer Soviet de San Petersburgo en la facción bolchevique y la evitación oportunista de tratar la cuestión de la insurrección armada que predominaba entre los mencheviques. En 1906, la posición de boicotear la Duma debe plantearse contra la táctica electoral oportunista, mientras que en 1907, la posición del boicot, en un contexto de derrota de la clase obrera, se convirtió en sí misma en un error sectario.

En 1914, la capacidad de los bolcheviques de mantenerse firmes contra el patriotismo social en la cuestión de la guerra les señaló como la principal agrupación de revolucionarios comprometidos, en todas las circunstancias, en la oposición intransigente a cualquier grado de colaboración entre clases. Sin embargo, mientras mantenían firme su oposición a la guerra, los bolcheviques no dejaron de ser activos dentro de la clase trabajadora incluso cuando la mayoría de dicha clase apoyaba la guerra. Esto siguió siendo el caso cuando, después de la revolución de febrero, esa guerra se está librando por los líderes de los propios trabajadores.

Esta flexibilidad en los principios fue bien resumida por Lenin cuando escribió a propósito de la hostilidad de la Federación Socialdemócrata Británica contra el Partido Laborista: “cuando las condiciones objetivas que prevalecen retrasan el crecimiento de la conciencia política y la independencia de clase de las masas proletarias, uno debe ser capaz de, paciente y persistentemente, trabajar mano a mano con ellos, no haciendo concesiones en los principios, pero sin abstenerse de seguir adelante con actividades dirigidas justo al corazón de las masas proletarias.”

Fue debido a que las tácticas que conducirían a la clase hacia la revolución sólo podrían derivarse de una concepción programática clara de dicha revolución, que los bolcheviques sólo fueron capaces de aplicar tácticas de principios tras su rechazo, en la forma de Las Tesis de Abril, de la incorrecta concepción programática de la dictadura democrática del Proletariado y el Campesinado y su adopción de facto de la estrategia de la Revolución Permanente.

Fue sólo después de la adopción de Las Tesis de Abril cuando el apoyo oportunista al Gobierno Provisional y su política militar, seguido por algunos elementos del Partido Bolchevique, fue terminado y reemplazado por una total oposición a la guerra mientras fuera una guerra imperialista en defensa del estado burgués ruso.

Al mismo tiempo, sin embargo, fue también desde este momento cuando los bolcheviques fueron capaces de desarrollar tácticas que podrían apartar a la clase trabajadora de su dirección actual. Reconociendo que la lealtad de los mencheviques era, en última instancia, hacia la burguesía, los bolcheviques buscaron exponer la incompatibilidad de esto con las necesidades y aspiraciones de sus seguidores de la clase trabajadora.

La fusión de los avances programáticos y tácticos realizados por los bolcheviques en 1917 se puede resumir en sus dos lemas fundamentales que fueron dirigidos tanto a los propios trabajadores como a sus dirigentes, “¡Romper con la burguesía!” “¡Todo el poder a los Soviets!” Dentro de estas fórmulas está encapsulada la plasmación de todo lo que los comunistas tenían por entonces aprendido sobre los problemas interrelacionados de Programa, Estrategia y Tácticas. La demanda de la revolución está vinculada estrechamente a la actividad real y a las organizaciones vivas de la clase trabajadora. Ellos mismos deben tomar el poder. Esto es demostrado repetidamente a los trabajadores por la miseria y la muerte en sus filas como resultado directo de las políticas de sus líderes. Los líderes deben, por lo tanto, probar en la práctica de qué lado están en la lucha de clases. Si no rompen su coalición con la burguesía, las organizaciones de los trabajadores deben romper con ellos.

Al mismo tiempo los bolcheviques no esperaban pasivamente a que el paso del tiempo les diera la razón. Esto podría haber sido comprobado, de manera nefasta, por la derrota de la clase obrera a manos de sus propios líderes. Al contrario, los bolcheviques exigieron que los mencheviques rompieran su coalición inmediatamente, no sólo sobre la cuestión central de quien gobernaba, sino sobre las cuestiones de vida o muerte inmediatas del control de los Soviets de la clase trabajadora sobre la distribución de alimentos, la inspección de los trabajadores de las industrias de guerra y los beneficios obtenidos de ellos, la nacionalización de los bancos bajo control de los trabajadores, la introducción inmediata de la reforma agraria para acabar con el poder de los terratenientes y atraer a las masas campesinas al lado del proletariado y, sobre todo, el cese inmediato de la guerra.

Argumentando en los Soviets, que, aunque éstas eran las medidas que la clase obrera necesitaba, los mencheviques y los socialistas-revolucionarios en bloque con los “kadetes” (miembros del Partido Constitucional Demócrata Ruso) burgueses, nunca podrían llevarlas a cabo y los mismos Soviets deberían emprenderlas, los bolcheviques no sólo expusieron el verdadero carácter de los mencheviques y destruyeron su base social sino que también, al mismo tiempo, desarrollaron la capacidad de los Soviets para tener todo el poder en sus propias manos.

El método de los bolcheviques en 1917 puede resumirse como sigue: en primer lugar, un compromiso abierto y una llamada al derrocamiento revolucionario del estado burgués por la clase obrera; en segundo lugar, el aumento de las demandas que vinculaban la experiencia y necesidades inmediatas de la clase obrera con la necesidad de la revolución; en tercer lugar, completa flexibilidad táctica en relación con la masa de trabajadores encabezada por los reformistas, incluyendo la actividad dentro de sus organizaciones y la defensa de las mismas; en cuarto lugar, abierta caracterización de, y advertencias contra, la traición de los líderes reformistas junto con un compromiso para defenderlos en cualquier momento en que ellos mismos sufrieran ataques de las fuerzas abiertas de la burguesía.

Durante el auge revolucionario que comenzó con la Revolución Rusa y duró hasta 1921, la tarea principal de los bolcheviques en relación con el proletariado internacional radicaba en la formación de la Comintern: la Internacional Comunista. Para forjarla como un Partido Mundial fue necesario trazar una clara línea de demarcación entre revolucionarios en un lado y reformistas y centristas en el otro.

Los puntos cruciales de diferenciación se centraron en cuestiones de estrategia, por el derrocamiento revolucionario del estado burgués o por su defensa, por el poder soviético o la democracia parlamentaria, por el internacionalismo proletario o la defensa de la patria, por la defensa de la Rusia Soviética o la guerra contra ella. Bajo las condiciones desesperadas predominantes en la mayoría de los países-metrópolis la clase trabajadora se escoró a la izquierda y, a fin de mantener su lugar en el liderazgo, los reformistas y centristas giraron también a la izquierda, al menos verbalmente. En esta situación era imperativo para las pequeñas fuerzas comunistas existentes en esos países concentrarse en exponer las intenciones reales de esos líderes, denunciarles a ellos y a su política. La conclusión organizativa que se desprendió de esto fue la creación de partidos comunistas independientes o la transformación de los partidos socialistas en partidos comunistas a través de la purga de todos los rastros de políticas centrista y reformista.

La Comintern tuvo éxito en la creación de partidos comunistas de esta manera. Se dividió al centrista USPD (Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands–Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania) obteniendo la mayoría en el Congreso de Halle de 1920. Como resultado, el número de miembros del KPD (Kommunistische Partei Deutschlands–Partido Comunista de Alemania) aumentó de decenas de miles a medio millón. En Francia, en el mismo año, la SFIO (Section française de l’Internationale ouvrière- Sección Francesa de la Internacional Obrera) se divide en el Congreso de Tours para crear el Partido Comunista francés. Al año siguiente, el Partido Socialista Italiano (PSI) también se divide; esta vez una minoría se separó para formar el Partido Comunista Italiano.

La insistencia de la Comintern en la homogeneidad programática, ejemplificada en las famosas “Veintiuna condiciones para la adhesión a la Internacional Comunista”, fue esencial no sólo para aclarar las líneas de división en cuestiones teóricas entre los reformistas y los revolucionarios sino porque también se ajustaba a las necesidades de la lucha de clases misma.

Como la burguesía hizo concesiones a la clase obrera a fin de ganar tiempo y consolidar sus fuerzas, era esencial que los comunistas argumentaran contra las proclamas de los reformistas de que esas concesiones eran suficientes para satisfacer las necesidades de la clase obrera y eliminaban la necesidad de una revolución. Normalmente las concesiones se centraban en llevar a posiciones de “poder” precisamente a los representantes reformistas de la clase trabajadora quienes luego exigieron a los trabajadores que defendieran el “nuevo” régimen, dando tiempo para demostrar su valía y no arriesgarse así a la pérdida de las ganancias existentes mediante presiones con más exigencias a la sociedad.

Los comunistas tuvieron que contraponer a esta situación la movilización de la clase obrera contra tales traidores y contra el estado que defendían. En cuanto las monarquías de Habsburgo y Hohenzollern colapsaron en Viena y Berlín, los consejos de trabajadores tomaron el poder de hecho, y la milicia de los trabajadores patrullaba las calles. Más pruebas de las posibilidades revolucionarias y de la viabilidad de la revolución fueron proporcionadas por las Repúblicas Soviéticas de Baviera y Hungría, a pesar de su corta duración.

Sin embargo, fuera de Rusia la burguesía sobrevivió, los partidos comunistas fueron establecidos, pero siguieron siendo una minoría entre la clase trabajadora. En 1921, la Internacional Comunista en su Tercer Congreso reconoce que el inicial brote revolucionario de postguerra había terminado, que la burguesía pasaba ahora a la ofensiva para volver a recuperar por la fuerza las concesiones que había sido obligada a hacer. Ni los reformistas, que habían negociado y supervisado esas concesiones, se salvaron del ataque de la burguesía. Cada vez más ellos también fueron ignorados, su utilidad había sido amortizada.

En el desarrollo de tácticas para enfrentar esta nueva situación la Comintern estudió no sólo la experiencia Rusa de 1917 sino, fundamentalmente, la de Alemania en 1919 y 1920. Como en Rusia, cuando la monarquía imperial cayó en noviembre de 1918, el poder pasó a los consejos de los trabajadores. Como en Rusia, estos consejos fueron políticamente dominados por los líderes reformistas, el SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands-Partido Socialdemócrata de Alemania) de Noske y Scheidemann. A diferencia de Rusia, los reformistas tenían raíces muy fuertes en las organizaciones y las tradiciones de la clase obrera alemana. Como resultado la clase obrera había sido educada y entrenada en el espíritu de la práctica reformista que, en realidad, se limita a la lucha por el “programa mínimo”.

Es decir, lucharon por las reformas que, aunque sin duda eran de interés para la clase obrera, no desafiaban el marco fundamental del orden burgués. Los reformistas en Alemania fueron capaces de utilizar su posición de liderazgo en los consejos de los trabajadores para aparentemente implementar este programa mínimo.

En realidad fueron las acciones revolucionarias de los obreros las que barrieron al Kaiser y al Imperio alemán. Fueron las acciones contrarrevolucionarias del SPD la que restauraron en el poder al Estado Mayor y la burocracia. Así los Soviets fueron primero neutralizados y después destruidos. El resultado fue el frágil edificio de la República de Weimar.

Los revolucionarios de Alemania, la Spartacusbund (Liga Espartaquista) y más tarde el KPD, eran numéricamente muy débiles y políticamente inexpertos en comparación con los Bolcheviques. Casi inmediatamente tras crear un partido independiente en diciembre de 1919, fueron provocados a caer en un conflicto mal preparado con el estado burgués. Noske y Scheidemann utilizaron ese mismo estado para aislar y liquidar el liderazgo del KPD, primero en Berlín y, a continuación, en Baviera.

El KPD, ahora sin sus cuadros más probados, fue forzado a pasar a la ilegalidad. En marzo de 1920, envalentonado por sus éxitos contra la vanguardia proletaria, la extrema derecha de la burguesía alemana intentó deshacer las concesiones que había hecho atacando al Gobierno de la República de Weimar. Los Freikorps, una fuerza militar irregular, apoyada por la mayoría del Estado Mayor, marcharon sobre Berlín para derrocar al Gobierno e instalar un gobierno militar liderado por Willhelm Kapp.

Entonces el Gobierno apeló a la Reichswehr (Cuerpo de Defensa Nacional) para defender la República. El ejército, controlado por von Seekt, se negó a actuar y el Gobierno huyó a Dresde y desde allí a Stuttgart. Reconociendo que no eran sólo los trabajadores comunistas, sino también ellos mismos, los que ahora estaban siendo atacados, los dirigentes de los sindicatos alemanes, dirigidos por Karl Legien, se vieron obligados a movilizar la única fuerza que ahora podría defenderlos. Hicieron una llamamiento a una inmediata Huelga General en defensa de la República.

La gran mayoría de la clase trabajadora, todavía comprometida con el programa político de sus dirigentes reformistas, atendido la llamada. Alemania fue completamente paralizada por la huelga apenas en horas. Una vez más los trabajadores armados patrullaron la capital. Mientras se retiraban los Freikorps, se formaron consejos de trabajadores en las grandes ciudades, tomando el control de los arsenales y protegiendo los principales edificios y los ferrocarriles contra una posible contrarrevolución.

El liderazgo del KPD, que había perdido a sus mejores representantes en la contrarrevolución, se mostró incapaz de ejecutar el brusco giro táctico necesario por este cambio dramático en las circunstancias. Declararon que el proletariado no tenía ningún interés en el resultado de una lucha de clases que enfrentaba, en esencia, a las fuerzas de la contrarrevolución entre sí.

Declararon que los trabajadores no deberían “levantar un dedo para defender a la República Democrática”. Sin embargo, la dinámica de la lucha en toda Alemania forjó la unidad entre Comunistas, Independientes y los cuadros del SPD. En Sajonia, por ejemplo, el Consejo de los Trabajadores constaba de diputados de los tres partidos.

Los órganos centrales del KPD en Berlín fueron obligados a cambiar su actitud sectaria en 48 horas. Sin embargo, cuando Legien, asustado tanto por el resurgimiento de las fuerzas reaccionarias como por la perspectiva de los obreros en el poder, propuso que el SPD, USPD y los sindicatos formaran un Gobierno de Trabajadores, el KPD se negó a ofrecer cualquier apoyo, incluso contra la reacción.

El SPD, aún más preocupado por preservar su alianza con la burguesía “progresista” también se opuso a la convocatoria y en su lugar formó una coalición. Después de eso, una vez más, utilizó a la Reichswehr para desmovilizar a los consejos obreros y desarmar a las milicias que habían salvado su piel. La respuesta del KPD al Putsch (pronunciamiento) de Kapp fue sectaria.

Al contraponer la revolución como un ultimátum, en lugar de aliarse con la masa de los trabajadores para defender los logros democráticos que habían logrado, perdieron la oportunidad de desarrollar, como resultado de de esta lucha, la conciencia política y las organizaciones independientes que hubieran pedido cuentas al SPD y evitado el desarme de los consejos.

Sin embargo, siendo sólo un partido pequeño, en la mente de los trabajadores no cargaron con la responsabilidad de las consecuencias del golpe de estado. Más bien fue el USPD el que cargó con el oprobio y que, en octubre de 1920, perdió cientos de miles de miembros que pasaron al KPD. Reconociendo que el partido tenía ahora una masa de base y poder social real, el liderazgo del KPD, ahora bajo Paul Levi, intentó utilizar ese poder para obligar a los dirigentes del SPD y del USPD a luchar contra la ofensiva capitalista en rápido desarrollo sobre los salarios y el empleo. En enero de 1921, el KPD dirigió una “Carta Abierta” a todas las organizaciones de trabajadores en la que proponía la formación de un Frente Unido para luchar en estas cuestiones. Esta propuesta fue apoyada por Lenin, pero habiendo sido rechazada por los reformistas y los centristas, la táctica de buscar acción unida fue abandonada en favor de un intento equivocado de acción independiente revolucionaria, la Acción de Marzo de 1921.

Al tratar de incitar a la clase obrera a la revolución, el KPD se enfrentó con un completo desastre. La afiliación se redujo a la mitad y las fuerzas de derechas en Alemania se reforzaron considerablemente ya que capitalizaron el aislamiento de los comunistas y la hostilidad, o en el mejor de los casos la indiferencia, de la masa de los trabajadores.

La esencia del cambio de circunstancias en Alemania que permitió la posibilidad de una acción conjunta de los comunistas junto a los obreros reformistas, fue que los líderes reformistas habían logrado mantener a la mayoría de la clase obrera en jaque durante el período revolucionario de 1918-19.

Hicieron esto resaltando las ganancias que la clase obrera había obtenido sin la revolución. Se había aplicado una parte considerable de su programa tradicional: la monarquía se había ido, se concedió el sufragio universal, los consejos de fábrica fueron legitimados y el mismísimo partido de los trabajadores estaba ahora en el Gobierno, bien que en coalición. Estas ganancias eran suficientes, argumentaban los reformistas. Se podrían utilizar para aplicar una economía socializada que mantendría a los capitalistas bajo estricto control.

Sin embargo, cuando disminuyó la oleada revolucionaria, la burguesía necesariamente volvió a la ofensiva para recuperar el poder que había cedido en los lugares de trabajo y en la sociedad en su conjunto. Al atacar las concesiones hechas a la clase obrera, estaban también obligados a atacar a quienes las había negociado.

Incluso la conciencia reformista de la masa de trabajadores alemanes dictaba que debían luchar para defender la República de Weimar. Por lo tanto, los trabajadores salieron a las calles durante el Putsch de Kapp con sus ilusiones reformistas todavía, en esencia, intactas. Antes de esto, cuando los líderes reformistas viajaban en el vagón de la contrarrevolución, los comunistas únicamente podían intentar volver a los trabajadores reformistas directamente contra sus propios líderes, y reclamar que hicieran causa común con los comunistas en los términos de los comunistas. Ahora con los trabajadores reformistas y sus dirigentes bajo ataque, era posible proponer una acción unida tanto al liderazgo como a los cuadros.

En todos sus elementos esenciales el mismo desenvolvimiento tuvo lugar internacionalmente durante y después de 1921. La dificultad a la que el KPD se enfrentó al tratar de reorientarse a sí mismo ante la nueva situación y al desarrollar tácticas flexibles para obtener ventajas se repitió dentro de las filas de la Internacional Comunista.

Fue en un análisis del cambio de período y en la necesidad de un cambio de táctica, en lo que se concentró el Tercer Congreso. En sus Tesis sobre Tácticas, el Tercer Congreso reconoció que la tarea más importante de entonces era “ganar influencia predominante sobre la mayoría de la clase trabajadora y atraer a sus estratos decisivos a la lucha. Porque, a pesar de la situación objetivamente revolucionaria, política y económica… la mayoría de los trabajadores no está todavía bajo influencia comunista; esto es especialmente cierto en los países donde el capital financiero es muy poderoso y donde, en consecuencia, grandes capas de los trabajadores están corrompidas por el imperialismo (por ejemplo, Inglaterra y Estados Unidos)”.

La necesidad de tomar parte en las luchas de los trabajadores se destacó especialmente en la sección de la resolución titulada “Luchas Parciales y Demandas Parciales”: “los partidos Comunistas pueden desarrollarse sólo en lucha. Incluso los más pequeños partidos comunistas no deben restringirse a la mera propaganda y agitación. Deben forman la punta de lanza de todas las organizaciones de masas proletarias, mostrando a las masas vacilantes y esquivas, al presentar propuestas concretas para la lucha, al instar a la lucha por todas las necesidades diarias del proletariado, cómo debe librarse la lucha y exponiendo así a las masas el carácter traidor de todos los partidos no comunistas. Sólo colocándose a sí mismos a la cabeza de las luchas prácticas del proletariado, sólo fomentando estas luchas, pueden realmente ganar a las grandes masas del proletariado en la lucha por la dictadura.”

Por último, en su manifiesto final, el Congreso volvió a la centralidad de la participación directa junto a las masas de trabajadores por sus necesidades inmediatas: “los traidores al proletariado, los agentes de la burguesía, van a ser vencidos no por argumentos teóricos sobre democracia y dictadura, sino con la cuestión del pan, los salarios y las viviendas para los trabajadores”.

La labor del tercer Congreso, con su lema conductor de “¡A las masas!”, fue sólo el comienzo de la tarea de elaborar las nuevas tácticas necesarias. En diciembre de 1921, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) desarrolló la lógica inherente en las tesis del Tercer Congreso. Si era necesario participar en y tomar la iniciativa de luchas parciales e inmediatas, entonces también era necesario proponer tales luchas.

Mientras que la mayoría de los trabajadores aún mantuviera la fe en sus organizaciones y líderes reformistas, era necesario proponerles que cooperaran en esas luchas inmediatas junto con los comunistas. Esta fue la primera aplicación consciente y planificada de la táctica del Frente Unido.

Muchas secciones de la Internacional Comunista encontraron graves dificultades para aceptar la nueva táctica política. Especialmente para aquellos que se habían escindido muy recientemente de las filas de los partidos reformistas, parecía contradictorio demandar ahora que los dirigentes de esos partidos cooperaran con los comunistas. Para muchos esto se parecía bastante a “esparcir ilusiones” sobre esos líderes.

En su argumentación con el Partido Comunista Francés, que se mantuvo particularmente en contra de esta política, Trotsky dio la explicación más clara posible de los elementos esenciales de la táctica, sus orígenes en las exigencias inmediatas de lucha en el día a día, la necesidad de poner a los líderes reformistas en el foco de atención, exigiendo de ellos acción unida:

“Es perfectamente evidente que la vida de clase del proletariado no se suspende durante este período preparatorio de la revolución. Los enfrentamientos con los industriales, con el burgués, con el poder del estado, por iniciativa de un lado o del otro, siguen su debido curso. En estos enfrentamientos -en la medida que afectan a los intereses vitales de toda la clase obrera, o a su mayoría, o a esta o aquella sección- las masas obreras sienten la necesidad de unidad en la acción, de unidad en la resistencia a la embestida del capitalismo, de unidad en tomar la ofensiva contra él. Cualquier partido que mecánicamente se contraponga a esta necesidad de la clase obrera de unidad en la acción estará condenada indefectiblemente en la mente de los trabajadores…. ¿Se extiende el Frente Unido solo a las masas obreras o también incluye los líderes oportunistas? El mero planteamiento de esta cuestión es un producto del malentendido. Si nosotros pudiéramos simplemente unir a las masas trabajadoras alrededor de nuestra propia bandera o alrededor de nuestras consignas prácticas inmediatas y saltarnos las organizaciones reformistas, bien partidos o sindicatos, esto sería por supuesto lo mejor del mundo. Pero entonces la cuestión misma del Frente Unido no existiría en su forma actual. La cuestión surge de esto, de que ciertos sectores muy importantes de la clase obrera pertenecen a organizaciones reformistas o las apoyan. Su experiencia actual es insuficiente para permitirles romper con las organizaciones reformistas y unirse a nosotros. Puede ser precisamente después de participar en las actividades de masas que estén en el orden del día que se producirá un cambio importante en esta conexión. Eso es justo lo que estamos buscando. Pero no es así cómo están las cosas actualmente…. Los Comunistas, como se ha dicho, no deben oponerse a tales acciones (es decir, unidas) sino al contrario deben asumir también la iniciativa de las mismas, precisamente por la razón de que cuanto mayor sea la masa en movimiento, mayor será su confianza en sí misma, tanto más seguro de sí mismo será ese movimiento de masas y tanto más resueltamente será capaz de marchar hacia adelante, a pesar de lo modesto que pueda ser la consigna inicial de lucha. Y esto significa que el crecimiento de los aspectos de masa del movimiento tienden a radicalizarlo y crea condiciones mucho más favorables para las consignas, los métodos de lucha y, en general, para el papel de liderazgo del Partido Comunista…”

La Internacional Comunista, sin embargo, vio claramente los peligros que el Frente Unido llevaba consigo como táctica. Podría convertirse en un encubrimiento de un pacífico pacto de no agresión con los líderes reformistas. Esto último, por supuesto, siempre exigiría cesar la crítica “destructiva”. Pero esto nunca puede ser concedido por los comunistas ya que es aceptar que las luchas inmediatas deben tener lugar dentro de una ciega perspectiva oportunista.

Así el CEIC exigió “la absoluta independencia de cada Partido Comunista que entre en un acuerdo con los partidos de la Segunda Internacional o la Internacional “Dos y Medio” (Unión de Partidos Socialistas para la Acción Internacional), su completa libertad para presentar sus propias opiniones y criticar a los opositores del comunismo. Aceptando una base para la acción, los comunistas deben conservar el derecho incondicional y la posibilidad de expresar su opinión sobre la política de todas las organizaciones de la clase trabajadora sin excepción, no sólo antes y después de que se hayan tomado medidas, sino también, si es necesario, durante su curso. En ningún caso se puede renunciar a estos derechos. Al tiempo que apoyan la consigna de la mayor unidad posible de todos las organizaciones de obreros en cada acción práctica contra el frente capitalista, los comunistas en ningún caso desisten de presentar sus opiniones, que son la única expresión consistente de la defensa de los intereses de la clase obrera como un todo.”

Además el Frente Unido no era principalmente un intento de un acuerdo con los líderes reformistas sino un llamamiento a las masas detrás de ellos. Debía ser impulsado desde arriba y desde abajo: “¿Qué es el Frente Unido y que debería ser? El Frente Unido no es y no debería ser simplemente una confraternización de dirigentes de partidos. No se creará el Frente Unido por acuerdos con aquellos “socialistas” que hasta hace poco eran miembros de los gobiernos burgueses. El Frente Unido significa la asociación de todos los trabajadores, ya sean comunistas, anarquistas, socialdemócratas, independientes, sin partido o incluso cristianos, contra la burguesía. Con los líderes, si permanecen a un lado con indiferencia, o en rebeldía a los líderes y contra los dirigentes si sabotean el Frente Unido de Trabajadores.”

Donde los reformistas se resistan a la formación de un frente unido, los comunistas no deben solo sentarse y recurrir a denuncias literarias y polémicas sino: “Construir el Frente Unido localmente, sin esperar al permiso de los líderes de la Segunda Internacional”.

Si los frentes unidos están dirigidos a acciones limitadas, mantener un bloque con los líderes reformistas durante y después de una traición en acción, es convertirse en cómplice de ella. Trotsky estigmatizó a los sindicatos rusos por hacer justo esto durante la Huelga General británica por permanecer con el TUC (Trades Union Congress-Federación de Sindicatos) en el Comité Anglo-Ruso: “Pueden hacerse acuerdos temporales con los reformistas siempre que signifique un paso adelante. Pero mantener un bloque con ellos cuando, asustados por el desarrollo de un movimiento, cometen traición, es equivalente a la tolerancia criminal de los traidores y es un velo de traición”.

Tanto la Comintern leninista a principios de los años 20, y Trotsky a lo largo de las décadas de 1920 y 1930, subrayaron el carácter limitado, claro y concreto de las demandas y consignas que deben ofrecerse con el Frente Unido. Escribiendo en la década de 1920, Trotsky señaló que, “por limitadas que sean las consignas, cualquier cosa que desarrolle el carácter de masa del movimiento pone en un aprieto a los reformistas cuyo amado ruedo es la tribuna parlamentaria, las oficinas del sindicato, las juntas de arbitraje, las antesalas ministeriales.”

El tipo de organización adecuada para el Frente Unido es un órgano de lucha -no de propaganda de un programa. Como tal, un sindicato es en cierto sentido un frente unido. Más correctamente un frente unido crea órganos de combate apropiados acorde a las tareas entre manos. Estos pueden ser comités de huelga, consejos de acción y en los niveles más altos Soviets. Dichos organismos, vitales para la lucha, fortalecen la presión sobre los líderes reformistas para “romper con la burguesía”.

El Frente Unido es una táctica para alcanzar la máxima unidad de acción con fines limitados, inmediatos o defensivos, en un momento en que las fuerzas del proletariado están divididas y los reformistas y centristas aún dirigen sectores importantes, o a una rotunda mayoría, de la clase obrera. Es, al mismo tiempo, una táctica para revelar a los líderes reformistas como traidores a los objetivos incluso más inmediatos de los trabajadores, una táctica diseñada para ganar las masas al liderazgo comunista.

Trotsky aclara la cuestión del Frente Unido y cómo se relaciona, dentro de la totalidad de la estrategia revolucionaria, con otras tácticas: “la unidad del proletariado, como un lema universal, es un mito. El proletariado no es homogéneo. La división comienza con el despertar político del proletariado y constituye la mecánica de su crecimiento. Sólo en las condiciones de una crisis social madurada, cuando ésta se fusiona con la toma del poder como una tarea inmediata, puede la vanguardia del proletariado, provista de una correcta política, reagrupar a su alrededor a la mayoría abrumadora de su clase. Pero el aumento de este pico revolucionario se realiza en pasos de sucesivas divisiones. No fue Lenin quien inventó la política del Frente Unido; ni la división dentro del proletariado, éste se impuso por la dialéctica de la lucha de clases. Ningún éxito sería posible sin acuerdos temporales, en aras de cumplir tareas inmediatas, entre diversas organizaciones, secciones o grupos del proletariado… [estas luchas] reclaman un frente unido a propósito, aunque no siempre tome la forma como tal… En un cierto nivel, la lucha por la unidad de acción se transforma de un hecho elemental en una tarea táctica. La simple fórmula del Frente Unido no resuelve nada… La aplicación táctica del Frente Unido está subordinada, en cada período, a una concepción estratégica definida. En la preparación de la unificación revolucionaria de los trabajadores, sin y contra el reformismo, es necesaria una larga y paciente experiencia al aplicar el Frente Unido con los reformistas; siempre, desde luego, desde el punto de vista del objetivo revolucionario final”.

Entonces, ¿cómo se relacionan estrategia y tácticas entre sí? Trotsky delimitó el asunto claramente en su “Estrategia y Táctica en la Época Imperialista”: “Por concepción de tácticas se entiende el sistema de medidas que sirven a una única tarea actual o a una sola rama de la lucha de clases. La Estrategia Revolucionaria, por el contrario, abarca una serie combinada de acciones que por su asociación, consistencia y crecimiento deben conducir al proletariado a la conquista del poder.”

Visto desde este ángulo, cualquier frente unido único o cualquier tipo de frente unido es una táctica, parte de la estrategia general que incluye divisiones, rupturas y, finalmente, la unificación de la mayoría de la clase tras la vanguardia revolucionaria en la lucha por la toma del poder.

En esta lucha es más probable que los líderes reformistas se encuentren en el campamento de la contrarrevolución y en el mejor de los casos serán neutrales. Trotsky una y otra vez destacó que ninguna forma de frente unido podría constituir un camino al comunismo: “La política del Frente Unido con los reformistas es obligatoria, pero está necesariamente limitada a tareas parciales, especialmente a las luchas defensivas. No puede haber pensamiento alguno de hacer la revolución socialista en un frente unido con organizaciones reformistas”.

La forma de frente unido propuesto por la Internacional Comunista en la década de los años 20 fue el frente unido de partidos y sindicatos de los trabajadores. Esto fue posible debido tanto a las circunstancias económicas y políticas de la ofensiva capitalista, pero también a que la política anterior de crear partidos comunistas políticamente independientes había tenido éxito en varios países. Los principales partidos comunistas estaban en condiciones de proponer una acción conjunta entre ellos y las organizaciones no comunistas como una contribución realista para unificar a la clase.

Sin embargo, cuando se aplica en situaciones donde los comunistas son fuerzas pequeñas y marginales, los principios sobre los que la Internacional Comunista construyó la táctica del Frente Unido de los trabajadores pueden dar otras formas del mismo. En los años inmediatamente anteriores a la llegada al poder de los Nazis alemanes, Trotsky hizo propaganda por la creación de un “Frente Unido de Trabajadores contra el fascismo” a pesar de que las fuerzas del trotskismo en Alemania eran muy pequeñas.

Que los mismos principios y direcciones aplican, incluso donde los comunistas disponen de escasas fuerzas, puede verse en el énfasis de Trotsky sobre la inmediatez de las demandas que se planteen y en la necesidad de mantener la independencia de las fuerzas comunistas: “el programa de acción debe ser estrictamente práctico, sin ninguna de esas “demandas” artificiales, sin reservas de manera que cada trabajador socialdemócrata medio pueda decirse a sí mismo: lo que proponen los comunistas es totalmente indispensable para la lucha contra el fascismo.”

Pero: “¡Ninguna plataforma común con la socialdemocracia, o con los dirigentes de los sindicatos alemanes; ninguna publicación común, banderas o pancartas! ¡Machar por separado pero golpear juntos! Acordad sólo cómo golpear, cuándo golpear y dónde golpear. Tal acuerdo puede alcanzarse con el mismo diablo, con su abuela e incluso con Noske y Grezinsky. Con una condición: no para atarnos nuestras propias manos.”

La convocatoria de un frente unido de las organizaciones de los trabajadores, entonces, no se basa en la existencia de un partido revolucionario suficientemente importante para alcanzar un acuerdo formal de frente unido sino en su objetiva necesidad cuando la clase se enfrenta a un ataque y sus fuerzas están divididas. Es la lógica de la lucha de clases la que plantea la necesidad de unidad en la acción.

El papel de los comunistas es intervenir conscientemente en esta situación, anticipando las demandas y los métodos que puedan promover la clase en las condiciones dadas. El Frente Unido de las organizaciones de masas de la clase trabajadora, levantado ya sea por la agitación o propagandísticamente, no agota el arsenal de armas tácticas, basadas en los mismos principios, que fueron desarrolladas por la Internacional Comunista y además elaboradas por las fuerzas de la Oposición de Izquierda, la Liga Comunista Internacional y la Cuarta Internacional.

Fueron diseñadas para su uso, en particular, donde los revolucionarios operaban en circunstancias muy desfavorables, donde el reformismo predominaba de manera prácticamente indiscutible sobre la masa de los trabajadores y los comunistas tenían poco o ningún contacto con la actividad del día a día de la clase trabajadora.

En el actual período, que se caracteriza por precisamente estas circunstancias, estas tácticas son de particular importancia para los intentos de los revolucionarios por romper su aislamiento, reafirmar el método político y el programa del marxismo revolucionario y ocupar su lugar en las filas de las organizaciones de los trabajadores.

La Táctica del Partido Laborista

Un partido democrático centralizado de cuadros (cadre: militantes dedicados) es una necesidad absoluta si las luchas de la clase obrera van a ser dirigidas hacia una ofensiva centralizada contra el poder del estado burgués. Ese partido debe alcanzar proporciones masivas a fin de abarcar la auténtica línea de vanguardia de los combatientes en las luchas de los trabajadores.

Ninguna secta que se auto-proclame como la vanguardia, ningún “proceso histórico” o corriente centrista inconsciente puede realizar estas tareas. El partido debe construirse en y a través de las luchas de la clase obrera. En la primera fase de la época imperialista, los revolucionarios marxistas en ciertos países tomaron la iniciativa en esta tarea y crearon, a partir de sus cuadros, los partidos de masas revolucionarios. Sin embargo incluso en este período, en ciertos países -principalmente “anglosajones”, Reino Unido, Estados Unidos, Australia etc. este proceso se enfrentó al poderoso obstáculo que representaba un movimiento sindical de masa cuyos líderes estaban “casados” con un partido burgués.

En Gran Bretaña, los dirigentes sindicales formaron una sub-sección del Partido Liberal, los llamados Lib-Labs (liberal-laboristas). Desde la década de los años 30, los líderes de la AFL-CIO (American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations – Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales) habían formado algo similar en el Partido Demócrata de los Estados Unidos. En los países semi-coloniales más desarrollados – Argentina, por ejemplo- la burocracia sindical seguía ligada al nacionalismo burgués. Para hacer frente a esta situación los marxistas revolucionarios elaboraron una variante de la táctica del frente unido aplicable a la tarea de arrancar a los sindicatos y otras organizaciones de masa proletarias de su servidumbre política a la burguesía y plantear la necesidad de un partido revolucionario.

Esta táctica, que llamamos “la táctica del Partido Laborista”, no está encaminada a la creación de partidos reformistas bajo el modelo del Partido Laborista Británico. De hecho mientras que arranca desde la posición de “romper con la burguesía”, se encamina a impedir la formación de un partido burgués encubierto. Los partidos reformistas, formalmente independientes, son independientes sólo en el terreno de la confrontación electoral pero no en el campo de batalla de las clases.

El objetivo de la táctica del Partido Laborista es facilitar la creación de un partido obrero revolucionario de vanguardia que se gane para sí al liderazgo de los sindicatos. En cualquier situación real en la que se esté formando un partido obrero independiente sobre la base de los sindicatos, el resultado -reformista o revolucionario- se determinará tras un conflicto. La táctica del Partido Laborista no brotó plenamente formada de las cabezas Engels, Lenin o Trotsky.

Sin embargo, los tres contribuyen al desarrollo de dicha táctica, siendo Trotsky en la década de los 30 quien le diera una expresión concreta. A finales del siglo XIX y principios del XX los marxistas sostuvieron que la creación de un partido de los trabajadores era, en sí misma, históricamente progresista. Esto se mantuvo como cierto incluso en aquellos casos, como Gran Bretaña y Australia, donde el partido en cuestión no adoptó el programa Marxista. La actitud de Engels hacia el movimiento laborista británico fue un ejemplo de ello.

La competencia inter-imperialista a finales del siglo XIX comenzó a debilitar la supremacía del imperialismo británico. Las limitaciones de la dependencia del movimiento laborista británico en los sindicatos y en una alianza política con el abiertamente burgués Partido Liberal, quedaron expuestas.

La defensa y mejora de las condiciones de vida requerían un instrumento político independiente de los líderes de los partidos abiertamente burgueses. Se planteó de manera acuciante la necesidad de un partido independiente de la clase obrera. El reformista Comité de Representación Laborista (Labour Representation Committee, LRC) en 1900 o, desde 1906, Partido Laborista, fue el resultado de la ruptura de los sindicatos con los liberales y su giro hacia una representación política independiente. Este desenlace reformista, en cualquier caso, no había sido el previsto en modo alguno.

Una correcta intervención de los revolucionarios podría haber impedido que el partido se estableciera como un partido burgués o al menos haber establecido un liderazgo alternativo de la masa revolucionaria dentro o fuera del marco de este partido. La posibilidad de este resultado reformista no debería haber disuadido a los marxistas de participar en la formación de este partido, a pesar de su inferioridad numérica inicial. El hecho de que los marxistas empezaran como una minoría no era decisivo.

Como Lenin señaló escribiendo en 1907: “Engels insistió en la importancia de un partido independiente de los obreros, incluso con un mal programa, porque estaba tratando de países en los que hasta ahora no ha habido ni el más mínimo indicio de independencia política de los trabajadores; países donde los trabajadores en su mayoría seguían y aún siguen la política de la burguesía.”

Engels argumentaba que las masas deben pasar por la experiencia de formar un partido y creía que podrían y deberían aprender de ello. Escribiendo a Sorge en 1889 sobre el nuevo brote de la clase trabajadora, decía: “ahora por fin el movimiento ha arrancado y, creo, para siempre. Pero no es directamente socialista y aquellos entre los ingleses que mejor han comprendido nuestra teoría permanecen fuera de él… Además, la gente considera sus demandas inmediatas como sólo provisionales, aunque ellos mismos no saben todavía para qué meta final están trabajando. Pero esta vaga noción tiene aun el suficiente dominio sobre ellos como para hacerles elegir como líderes solo a completos socialistas. Como todo el mundo, deben aprender de sus propias experiencias, de las consecuencias de sus propios errores. Pero ya que, a diferencia de los antiguos sindicatos, reciben con risa desdeñosa cada sugerencia sobre la identidad de intereses entre el capital y el trabajo, esto no durará mucho”.

El elemento de perspectiva contenido aquí, frecuentemente repetido por Engels y basado en el visible debilitamiento de la posición económica de Gran Bretaña, iba a demostrarse incorrecto. Engels no podía prever el crecimiento masivo de la explotación imperialista que reforzaría el reformismo dentro de la clase trabajadora. Comprender y combatir esta realidad sería la tarea de la próxima generación de marxistas revolucionarios.

Sin embargo Engels admitió que la unidad entre marxistas y no marxistas en la formación de un partido de la clase obrera no representaba ningún obstáculo para el esfuerzo de crear una política independiente de clase dentro de ese partido. Esto fue un importante punto de partida para el desarrollo de la táctica del Partido Laborista en los Estados Unidos de América por parte de la Internacional Comunista y, más tarde, por Trotsky. El movimiento comunista en Estados Unidos emergió de la terrible crisis del movimiento socialista y sindicalista estadounidense en los años de guerra y los inmediatos años de postguerra.

Surgió como un movimiento crónicamente dividido y perseguido, aislado de la gran mayoría de los obreros estadounidenses y con poco aprecio sobre las tácticas necesarias para escapar de esta situación. La Comintern libró una lucha prolongada para unificar el movimiento y vencer a los elementos sectarios dentro del mismo. El punto de inflexión llegó en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista en 1921. En este Congreso la Comintern expone la necesidad de que los partidos comunistas se ganen a las masas a través de la práctica de la unidad de acción contra los jefes.

Si bien nada definitivo fue resuelto en el congreso en relación al Frente Unido en América, Lenin, por vez primera, planteó la cuestión de un Partido Laborista a los delegados de Estados Unidos. En 1922, en el Cuarto Congreso, los comunistas estadounidenses, recién surgidos de la clandestinidad como Partido de los Trabajadores, ya habían comenzado a desarrollar una posición a favor de un Partido Laborista.

En mayo de 1922, el Partido de los Trabajadores aprobó un conjunto de tesis sobre el Frente Unido que reconocían al Partido Laborista como la forma concreta del frente unido en los Estados Unidos. En octubre del mismo año Pepper, representante de la Comintern en los Estados Unidos, publicó el panfleto “Por un Partido Laborista”. Éste interpretaba el Partido Laborista como una parte del conjunto del movimiento obrero organizado, pero que tendría como objetivo: “la abolición de la esclavitud asalariada, la creación de una república de trabajadores y un sistema colectivista de producción”.

Sin embargo, cuando se llegó a la aplicación práctica de esta forma específica de frente unido, los comunistas estadounidenses revelaron su limitado entendimiento de la operación basada en principios de esa táctica.

En 1923 el Partido de los Trabajadores convocó a una conferencia por un Partido Laborista a la Federación Laborista de Chicago, liderada por reformistas, y al movimiento populista Farmer-Labor (Agricultores-Laboristas), una coalición poco firme de partidos de varios estados. En la Conferencia los comunistas pusieron todo su hincapié en la necesidad de la rápida formación de un partido.

La cuestión que se debatió fue cuándo ese partido debería formarse, en lugar de cuál sería su contenido político. Este fetichismo organizativo de los comunistas precipitó una ruptura prematura con los dirigentes reformistas de los sindicatos. El CP abandonó la conferencia para formar el Partido Federado de Agricultores-Laboristas (FFLP por sus siglas en inglés).

Gracias al éxito de la Conferencia el CP obtuvo el control de este partido, pero resultó ser una victoria pírrica. El FFLP fue sólo una sombra engrandecida de los comunistas. No fue un partido masivo de la clase obrera estadounidense – de hecho perseguía “cabalgar” sobre dos clases, los agricultores y los obreros- y no tenía un programa revolucionario.

Dentro del Partido de los Trabajadores los principales oponentes de esta orientación del FFLP fueron James Cannon y el ex-sindicalista William Z. Foster. Su oposición fue dirigida no contra el contenido político del FFLP sino contra el hecho de que la escisión de Fitzpatrick de la Federación Laborista de Chicago, había aislado a los militantes comunistas de los “progresistas” en los sindicatos, la AFL. Su oposición a Pepper, el promotor de la escisión, tenía un carácter derechista. El mismo Cannon admitió que en ese momento él era un “derechista pronunciado”.

Pepper, por otro lado, insistió en que el FFLP era un partido de masas y una victoria de los comunistas. La falta de desacuerdo sobre el contenido programático de la táctica fue confirmada por el hecho de que todas las partes apoyaron el último esquema de Pepper de utilizar el FFLP para apoyar un candidato de clase media en las elecciones de 1924.

Pepper y Cannon, por diferentes razones, vieron en el apoyo al senador liberal de Wisconsin LaFollette, como un medio de reivindicar sus respectivas orientaciones. Cannon lo vio como un medio para reconstruir los puentes del partido hacia los progresistas en los sindicatos que miraban a LaFollette.

Por otro lado, Pepper, estaba desarrollando la teoría de que los agricultores estadounidenses eran la verdadera fuerza revolucionaria del país. Apoyando a LaFollette el FFLP podría fusionarse con estos agricultores para lograr una alianza con la pequeña-burguesía dentro de un partido de dos clases. Este partido traería a su vez una Tercera Revolución Americana (democrático-burguesa) que podría despejar el camino para una cuarta revolución proletaria. Se trataba de una precoz versión de la estrategia Menchevique “por etapas” de Stalin.

Fue sólo la intervención de la Internacional Comunista lo que impidió que este curso de acción fuera llevado a cabo en Estados Unidos. La oposición de la Comintern obligó a los comunistas a romper completamente con todas las secciones del movimiento Farmer-Labor, liquidar el FFLP y “girar a la izquierda”. La Internacional Comunista liderada por Zinoviev, sugirió al CP “rectificar” sus errores haciéndoles cometer otro, es decir, ¡denunciando a LaFollette como fascista!

Todo el experimento reveló una debilidad fundamental en la táctica del Partido Laborista tal y como había sido concebida por los comunistas estadounidenses. De una abstención sectaria, en 1919, del movimiento real del Partido Laborista, los comunistas finalmente llegaron a una posición que consideraba la formación de un Partido Laborista, independientemente de qué tipo de programa tuviera, como el objeto de la táctica. Esto necesariamente los llevó a aceptar el papel de parteras amistosas de un reformista Partido Laborista.

La alternativa “por la izquierda” era actuar como abortista de los movimientos por la independencia política dentro de los sindicatos. Cannon pensaba sin duda en un Partido Laborista como uno de tipo reformista y previó incluso un Alianza por el Tercer Partido, transversal a las clases. Este error se basó en una interpretación errónea de los consejos de Engels en la década de 1880, uno error que no pudo reconocer la importancia de la escisión de la Segunda Internacional y el desarrollo de la Tercera. Era una posición basada en la premisa, ya no válida, de que cualquier tipo de partido de los trabajadores sería un paso progresivo. Esta confusión persistió incluso entre los mejores revolucionarios comunistas hasta la década de 1930.

Dentro de la Internacional Comunista y del American Party, el ascenso del estalinismo impidió que se realizara una evaluación crítica de la época de 1922-23. Cuando se formó la Oposición de Izquierda Estadounidense, simplemente asumió la posición anteriormente sostenida por el Partido Comunista. El programa de Cannon para la Oposición de Izquierda en Estados Unidos declaraba: “la perspectiva de un Partido Laborista como un primer paso en el desarrollo político de los trabajadores estadounidenses, adoptada por el partido en 1922 después de una fuerte lucha dentro del partido y en el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista es válida hoy, aunque las formas y métodos de su realización serán un poco diferentes de lo que fue indicado en ese momento”.

El programa criticaba las iniciativas de “Partido Laborista” falsos como la de FFLP y atacó la idea de Pepper de un partido de dos clases “Agricultores-Laboristas”, abogando en cambio por un Partido Laborista y una alianza con los agricultores pobres. Sin embargo, el error clave de 1922-23 –ver la formación del partido en sí mismo como un paso necesario- se repitió. Su lógica intrínseca de ala derecha no se realizó. Fue esta posición la que llevó a Trotsky, en 1932, a criticar la posición de los trotskistas estadounidense.

La crítica de Trotsky estaba basada en una oposición a la idea de que los propios revolucionarios deben llamar a la creación de un Partido Laborista. En los términos en los que Cannon planteaba el lema: -por un reformista Partido Laborista- la crítica de Trotsky fue completamente válida.

En primer lugar, los años de relativa prosperidad hasta 1929 habían socavado cualquier movimiento de masas para un Partido Laborista. En segundo lugar, una victoria de la Oposición de Izquierda en la Comintern permitiría que un regenerado partido comunista revolucionario se pusiera a la cabeza de la clase trabajadora cuando reviviera su militancia. En tercer lugar, la práctica de crear bloques a largo plazo con los reformistas o los nacionalistas burgueses o los pequeño-burgueses habían sido la esencia de las traiciones de Stalin-Bujarin en China y Gran Bretaña. Se había desarrollado en una teoría de etapas en toda regla. Para Trotsky, la creación de un partido reformista no era un “primer paso” deseable, sino un obstáculo potencial para el desarrollo revolucionario de los trabajadores de los Estados Unidos. Por todas estas razones, concluyó: “la creación de un Partido Laborista podría ser provocada sólo por la poderosa presión revolucionaria de las masas obreras y por la creciente amenaza del comunismo. Es absolutamente claro que, en estas condiciones, el Partido Laborista no significaría una evolución progresiva de la clase obrera”.

Aunque la crítica de Trotsky a la posición derechista de los estadounidenses era correcta como tal crítica, estaba en sí misma viciada por la creencia compartida de que el Partido Laborista sólo podía ser concebido como un partido reformista. La visión de Trotsky se reducía a que la propuesta de un Partido Laborista era o innecesaria o reaccionaria.

Se mostraría como innecesaria si hubiera un aumento masivo de la conciencia revolucionaria, en cuyo caso se formarían un partido comunista de masas. Sería reaccionaria si los dirigentes sindicales fueran capaces de dominar el movimiento. Esta opinión fue mucho menos dialéctica que su posición más tardía, ya que excluía una situación que combinara estos fenómenos, donde la presión de las masas por un Partido Laborista se podría volver contra los líderes reformistas.

Su perspectiva posterior, consagrada en el Programa de Transición, se basa en la comprensión de la profundidad de la crisis imperialista y el retraso en la conciencia de la clase obrera. De aquí siguió una profunda crisis de liderazgo en las organizaciones del proletariado. Era indispensable que los revolucionarios pudieran intervenir en los movimientos hacia adelante de la clase obrera aunque estuviera aún bajo dirección reformista. Era necesario a fin de atraerlos a tácticas eficaces y a una estrategia coherente anticapitalista. En el fragor de la batalla se podría forjar un liderazgo alternativo y superar así la crisis de liderazgo. El aumento de los sindicatos industriales de masa, el CIO, a mediados de los años 30, sentó las bases para la reelaboración de Trotsky de la táctica del Partido Laborista. Lo hizo a la luz del método, desarrollado ahora plenamente, del Programa de Transición.

En su Conferencia de Fundación en 1938, el Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos (SWP, Socialist Workers Party) repitió la posición de 1932 de Trotsky con respecto al Partido Laborista, casi palabra por palabra. Pero ahora Trotsky les reprendió por ello ¡y luchó para girar la posición del partido sobre su eje! Trotsky tuvo en consideración dos acontecimientos para la elaboración de su posición de 1938. En primer lugar analizó el aumento del CIO como un factor que renovaría la percepción de la clase obrera de la necesidad de tomar acción política. Para ello requerirían un partido político. Trotsky planteó la elección para la clase obrera así: “Es un hecho objetivo en el sentido de que los nuevos sindicatos creados por los trabajadores llegaron a un impasse, a un callejón sin salida, y el único camino para los trabajadores organizados en sindicatos es unir sus fuerzas a fin de influir en la legislación para influir en la lucha de clases. La clase obrera se halla ante una alternativa: o bien los sindicatos serán disueltos, o se unirán para la acción política.”

En otras palabras, la situación objetiva planteaba claramente la necesidad de un partido obrero. Más aún, si millones de trabajadores en el CIO pasaban a la acción política, entonces sus dirigentes reformistas probablemente los canalizarían en una dirección exclusivamente reformista. Los revolucionarios no podían permitirse abstraerse de cualquier fase de desarrollo político de los obreros si querían tener una oportunidad de modelar ese desarrollo en una dirección revolucionaria. Para este fin ellos podrían unirse a los millones de trabajadores liderados por reformistas para decir a sus dirigentes: “romped con los partidos burgueses, no vinculéis políticamente nuestros sindicatos a los jefes”. Haciendo esto los revolucionarios podrían colocarse en una posición favorable para promover el programa revolucionario como el contenido de la ruptura política con el burgués Partido Demócrata.

La segunda consideración de Trotsky fue que la sección estadounidense no había sido capaz de asumir el liderazgo de la clase obrera tan rápidamente como él había esperado. Esto intensificó la crisis de liderazgo dentro de la clase trabajadora. Las masas exigían respuestas políticas. Esto se reflejó en la resurrección de un verdadero movimiento de Partido Laborista en organizaciones como la Labor’s Non-Partisan League, el American Labor Partyen Nueva York, y otros.

Si el SWP se abstrayese de estos movimientos entonces la “crisis de liderazgo” sería resuelta por los burócratas en respuesta a la presión de las masas, precisamente creando un Partido Laborista reformista. Para evitar esto y para canalizar el movimiento en una dirección revolucionaria, Trotsky desarrolló la táctica del Partido Laborista sobrepasando sus propias objeciones anteriores. Introdujo en la táctica un elemento algebraico. Es decir, combinó el frente unido para construir un partido independiente, con el avance de un programa de transición que, de aprobarse, significaría el triunfo de los revolucionarios dentro del partido.

Superó la aparentemente estratégica táctica del “Partido Laborista reformista”, reemplazándola con una en que la lucha determinaría como resultado la convocatoria de un Partido Laborista: “¿Estamos a favor de la creación de un Partido Laborista reformista? No. ¿Estamos a favor de una política que pueda dar a los sindicatos la posibilidad de hacer valer su peso en el equilibrio de fuerzas? Sí. Puede convertirse en un partido reformista, depende de su desarrollo. Aquí entra la cuestión del programa.”

Por luchar para que su propio programa fuera el programa del Partido Laborista, el SWP abrió la posibilidad de modelarlo como un partido revolucionario. Naturalmente, esto se decidiría durante un período de tiempo relativamente corto, en una amarga lucha con la burocracia. Pero seguía siendo una posibilidad y por lo tanto, era el objetivo que el SWP debía fijarse.

Si los revolucionarios ganaran, podrían organizar al Partido Laborista como un partido revolucionario combatiente, purgado de reformistas, argumentaba Trotsky. Pero el programa era lo primero. Una lucha por el programa decidiría si el partido se convertiría en revolucionario o reformista. Fue por este motivo que Trotsky pensó que el Partido Laborista “puede conservar importancia progresista sólo durante un período de transición relativamente breve.”

Es decir, hasta que la batalla entre reformistas y revolucionarios fuera decidida en una forma u otra. Si los últimos ganaran, “inevitablemente se rompería la concha del Partido Laborista y permitiría al SWP reunir alrededor de la bandera de la Cuarta Internacional a la vanguardia revolucionaria del proletariado estadounidense”. Si los reformistas ganasen, un partido socialdemócrata contrarrevolucionario sería el resultado.

En 1938 Trotsky había desarrollado la táctica del Partido Laborista en su más refinada forma revolucionaria. Las directrices que estableció siguen siendo válidas hoy y pueden resumirse así:

a) Negativa a aceptar que la demanda de un partido independiente basado en los sindicatos y la correspondiente demanda de la burocracia para romper con la burguesía, son sinónimo de la convocatoria de un Partido Laborista reformista.

b) El levantamiento del Programa de Transición como programa para el Partido Laborista es el medio de luchar para asegurar un desarrollo revolucionario.

c) El mantenimiento de una organización revolucionaria incluso dentro de un movimiento de Partido Laborista es esencial para la batalla inevitable con la burocracia.

d) Los períodos de crisis económica y agudizamiento de la lucha de clases son los más favorables para elevar la consigna del Partido Laborista. Sin embargo, incluso durante los “períodos de calma” el lema conserva valor propagandístico y se puede agitar sobre él en situaciones localizadas o elecciones. Por ejemplo, contra el apoyo a un candidato del partido burgués en unas elecciones, los revolucionarios instarían a los sindicatos a presentar un candidato independiente de clase trabajadora.

e) De ninguna manera es el Partido Laborista, que es cualquier cosa menos un Partido Revolucionario, una etapa necesaria en el desarrollo de la clase obrera en países donde no hay partidos obreros

f) Una vez más debe ser recordado: el programa primero. Hoy en los Estados Unidos y en otros países estas directrices -pisoteadas por grupos como el hoy completamente centro-derechista SWP(US)- deben formar parte de una aplicación revolucionaria de la táctica del Partido Laborista.

La Táctica de la Afiliación

El flujo político con el que los revolucionarios intentan relacionarse, a través de la táctica del Partido Laborista, existe no sólo durante el período previo a la creación de dicho partido.

Puede continuar o desarrollarse, a partir de entonces, según los programas en conflicto y las tendencias dentro de la clase trabajadora chocan entre sí sobre cómo se debe construir el partido y sobre qué programa. Esto fue reconocido por Trotsky en 1932 cuando escribió:

“Es evidente que la posibilidad de participar en y utilizar un movimiento de Partido Laborista será mayor en el período de su creación, es decir, en el período cuando el partido no es tal partido sino un movimiento amorfo de masas. Que debemos participar en él en ese momento y con la mayor energía está fuera de toda duda; no para ayudar a formar un Partido Laborista que nos excluirá y luchará contra nosotros, sino para empujar a los elementos progresistas del movimiento cada vez más a la izquierda por nuestra actividad y nuestra propaganda.”

En los primeros años 20 el joven Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB) fue capaz de poner esta táctica en práctica en relación con el Partido Laborista (LP). El LP no se creó como un partido centralizado sino como una federación de organizaciones afiliadas, incluyendo tanto a los sindicatos como a organizaciones políticas como el Partido Laborista Independiente (ILP), la Federación Socialdemócrata (brevemente) y la Sociedad Fabiana. El principio federativo impidió efectivamente el control democrático de los dirigentes por las masas que apoyaban al partido y aseguró la falta de forma ideológica que mejor permitiría a los reformistas continuar su práctica colaboracionista.

Sin embargo, esto también permitió la afiliación, en 1916, del Partido Socialista Británico (BSP), sucesor de la Federación Socialdemócrata y la más importante agrupación de “Marxistas” en Gran Bretaña.

Por lo tanto, cuando el BSP tomó parte en la formación del CPGB en 1920, se planteó la cuestión de la continuación de su pertenencia al LP. En contraste con aquellos que deseaban renovar tranquilamente su pertenencia al LP como si nada hubiera pasado y con aquellos que deseaban claramente separarse del LP, Lenin estaba a favor de un intento del mismo CPGB de afiliarse al Partido Laborista.

Lenin propuso esto a fin de que los comunistas pudieran situarse en una posición desde la que relacionarse directamente con los muchos trabajadores que se sumaban como militantes de base al LP como consecuencia de la decisión de permitir la afiliación de miembros individuales desde 1918. La táctica de afiliación, por tanto, fue diseñada para poner a prueba la proclama del Partido Laborista de ser el partido de toda la clase obrera en un momento en que el control de la burocracia del partido no había cuajado y el carácter de ese partido no había sido todavía revelado a millones de trabajadores por la experiencia en el gobierno.

Lenin señaló que la operación de esta táctica implicaría concesiones mínimas de los comunistas mientras: “… este partido permita a las organizaciones afiliadas a él disfrutar de la actual libertad de crítica y de propaganda, actividad de agitación y organizativa por la dictadura del proletariado, siempre y cuando ese partido presente su carácter como una federación de todas las organizaciones sindicales de la clase obrera.”

Tales compromisos o concesiones, principalmente con respecto a cuestiones electorales, debían hacerse por parte de los comunistas a fin de permitirles: “la oportunidad de influir en la más amplia masa de trabajadores, de desenmascarar a los líderes oportunistas desde una plataforma que es mayor y más visible para las masas, y de acelerar la transición del poder político de los agentes directos de la burguesía a los ‘tenientes laboristas’ de la clase capitalista a fin de que las masas puedan ser más rápidamente destetadas de sus mejores ilusiones.”

La solicitud de afiliación del Partido Comunista, hecha en agosto de 1920, fue rechazada por los líderes reformistas del Partido Laborista. Sin embargo, sobre la base de los miembros del CP que ya eran miembros a título individual del Partido Laborista o eran delegados en los órganos del LP de sus sindicatos afiliados, el CPGB continuó, hasta 1928, no sólo trabajando dentro del LP sino también luchando por su derecho a afiliarse. En el Partido Laborista tras el rechazo de su afiliación, y en los otros partidos reformistas como cuestión de rutina, los partidos de la Internacional Comunista en su período revolucionario, llevaron a cabo labores sistemáticas de fracción.

En el curso de 1920 la fracción del KPD dentro del USPD alemán luchó, con gran éxito, para que ese partido aceptara las condiciones de ingreso en la Internacional Comunista y se purgara a sí mismo de sus líderes centristas y reformistas. Sin embargo, esa labor de fracción no está diseñada para facilitar una transformación estratégica de los partidos en que se realiza. El efecto de la labor del KPD fue que varios de cientos de miles de miembros rompieran con el USPD para unirse al Partido Comunista.

La continua lucha por la afiliación al Partido Laborista fue también el resultado de la actividad disciplinada y coordinada de miembros comunistas del LP. En su consejo Lenin les dejó perfectamente claro que abogar por la política revolucionaria les haría susceptibles de expulsión, pero no deberían encogerse por esto, ya que en la lucha por su pertenencia al partido, serían los reformistas lo que serían expuestos como los separadores de las fuerzas dispuestas a luchar contra la burguesía:

“Dejemos que los Señores Thomas y los otros que llamáis traidores sociales os expulsen. Esto tendrá un efecto excelente en la masa de los trabajadores británicos”.

En efecto: “si el Partido Comunista Británico comienza por actuar de una manera revolucionaria en el Partido Laborista y si los Señores Hendersons se ven obligados a expulsar a este partido, será una gran victoria para el movimiento comunista y laborista en Inglaterra.”

El potencial que se podría desarrollar a partir de esa situación fue demostrado claramente por la experiencia dentro del Partido Laborista Británico incluso después de que la afiliación fuera rechazada. La propuesta misma fue re-enviada en las conferencias anuales y creó continuas oportunidades para los comunistas de ganarse a sus colegas del LP, o al menos su derecho a ser reconocidos como un componente del movimiento obrero. En 1923, por ejemplo, consiguieron 200.000 votos aunque la resolución de afiliación fue derrotada por tres millones.

Los líderes reformistas no estaban satisfechos con esto, y durante los años 20 tuvieron éxito en eliminar progresivamente los derechos de los comunistas dentro del partido. En 1924 les negaron el derecho a presentarse como candidatos del Partido Laborista. Al año siguiente se les prohibió ser miembros individuales del partido y en 1926 fueron declarados inelegibles como delegados a la Conferencia, ni siquiera como delegados de entidades sindicales.

Estas medidas provocaron una seria oposición dentro del partido. Más de 100 agrupaciones del partido se negaron a aplicar la decisión de 1925. La táctica del Partido Comunista fue intentar construir una alianza con los reformistas de izquierda y los centristas para evitar las expulsiones y las otras medidas. Alrededor de 50 agrupaciones locales del LP se asociaron con este Movimiento Nacional de Izquierdas. Aunque el intento de formar esta alianza fue correcto, la política del PCGB dentro de ella no tuvo ningún parecido con el enfoque, basado en principios, esbozado por Lenin.

Como parte de su giro derechista de 1925-8, el PCGB abandonó el énfasis en su propia independencia política y apoyó la intención declarada del Movimiento Nacional de Izquierdas de no sustituir al Partido Laborista sino de, “remodelarlo lo más cerca posible al deseo del corazón de las bases”.

Lejos de obligar a las izquierdas y a los centristas a realizar genuinos movimientos a la izquierda a través de duras críticas contra esas confusas declaraciones, el PC lanzó un periódico semanal, el Sunday Worker, en el que sus aliados eran libres de dar expresión a su política centrista sin una palabra de crítica por parte de los comunistas. El Movimiento Nacional de Izquierdas se convirtió en un pacto de no agresión ya que el Partido Comunista intentó desesperadamente mantener la alianza aun en vista de las retiradas y traiciones de sus aliados de “izquierdas”.

Después de la derrota de la Huelga General de 1926, las “izquierdas” no levantaron un dedo para impedir la nueva ofensiva por la derecha en el Partido Laborista o en los sindicatos. La libertad de propaganda, que Lenin había citado como la principal condición sobre la que la afiliación era posible, ya no existía. La respuesta correcta del Partido Comunista debería haber sido la más aguda crítica de las maniobras de separación de los dirigentes y luchar para que las supuestas “izquierdas”, y los muchos trabajadores que estaban bajo su influencia, se unieran al Partido Comunista, como se había hecho en Alemania.

En vez de esto, bajo la dirección de la Internacional Comunista estalinista, que había dirigido previamente el giro derechista, ahora el PC se volcaba violentamente a la izquierda. La política ultraizquierdista del estalinismo de “Tercer Período” llevó al PC a declarar al Partido Laborista como “social fascista”. En consecuencia quedaron liquidados el Movimiento Nacional de Izquierdas y el Sunday Worker.

Los principios fundamentales que deberían guiar el trabajo de la facción comunista en los partidos reformistas fueron esclarecidos por las críticas de la Oposición de Izquierda sobre los errores de los estalinistas y fueron desarrollados por los trotskistas en la década de 1930 mientras se esforzaban en profundizar sus raíces dentro de la clase trabajadora. Así, en 1938 el SWP, discutiendo su labor dentro del estalinista Partido Comunista Estadounidense, aprobó la siguiente resolución:

“En la etapa actual de desarrollo, nosotros, como política, no abandonamos a los que se adhieren a la Federación Laborista en el Partido Comunista como individuos sino más bien tratamos de a) lograr que esos adeptos (bajo nuestra disciplina) se coloquen en posiciones estratégicas con el objeto de obtener información y lograr influencia; b) organizar una fracción nacional con la perspectiva de lograr una escisión nacional en algún momento propicio. Cuando nuestra fracción sea suficientemente fuerte publicaremos un periódico nacional regular para la Liga de los Jóvenes Comunistas y el Partido Comunista, como órgano leninista en el movimiento comunista.”

El propósito de esa labor de fracción es permitir que los comunistas luchen por su programa en el corazón de las organizaciones de masa de la clase obrera que están dominadas por los reformistas o los centristas. Requiere tácticas de Frente Unido en la medida en que intenta luchar junto a los trabajadores que aceptan un liderazgo reformista o centrista de su partido, pero que necesariamente se enfrentan a la necesidad de librar la lucha de clases.

Planteando exigencias sobre esos líderes e intentando movilizar a las bases independientemente de los mismos, los comunistas intentan separar a las masas de sus líderes a través de la experiencia directa de la represión, sabotaje y vacilaciones de esos líderes. El mantenimiento de la independencia política de la fracción comunista es fundamental para el éxito de la táctica.

Si esto se pierde, entonces incluso si los trabajadores se desilusionan con sus dirigentes, no tendrán ninguna alternativa clara a la que volverse. Como con todas las aplicaciones del Frente Unido, esta táctica tiene peligros, especialmente para los cuadros desorientados o sin experiencia. El peligro del oportunismo fluye de la tentación de acomodarse a la política del partido “huésped” diluyendo el programa del Partido Comunista. Una falta de voluntad de participar en luchas limitadas sobre objetivos parciales, no revolucionarios y la contraposición del programa revolucionario cuando los trabajadores no han sido todavía ganados, conduce al peligro opuesto del sectarismo. En todos los casos debe mantenerse el papel de la fracción como un elemento subordinado bajo la disciplina del partido revolucionario que existe como partido independiente fuera del partido reformista.

La Táctica del “Entrismo”

Desde 1934 Trotsky desarrolló una táctica que implicaba la entrada total de los Bolcheviques-Leninistas (el nombre utilizado por los Trotskistas en ese momento) en los partidos socialdemócratas y centristas.

Trotsky no la consideraba como una táctica a largo plazo, mucho menos como un intento de transformar los partidos socialdemócratas en partidos que podrían llevar a cabo la revolución social. Los criterios de Trotsky para la táctica de entrismo fueron los siguientes:

1) que hubo un serio movimiento hacia la izquierda de las masas, es decir, un fermento revolucionario que llevaba hacia las tensiones entre la militancia de base y el liderazgo. El trasfondo real para el “Giro Francés” fue el triunfo del fascismo en Alemania y el despertar de los trabajadores franceses por el peligro que esto representaba para ellos;

2) la formación, por la SFIO (Section française de l’Internationale ouvrière) y el Partido Comunista, bajo presión de las masas, de un auténtico Frente Unido por el que los trotskistas habían luchado solos entre 1930 y 1933. En ese momento, debido al pequeño tamaño de los grupos trotskistas y la persecución estalinista contra ellos, se arriesgaban a ser excluidos del Frente Unido;

3) una próxima situación revolucionaria que estaba llevando a los obreros a la SFIO y obligaba a sus dirigentes a adoptar una retórica centrista;

4) la escisión de los derechistas (los “neo-socialistas”) y la apertura de una lucha entre facciones entre corrientes centristas (por ejemplo, el periódico “Bataille Socialiste” editado por Zyromski y Pivert) y el liderazgo de Blum crearon graves tensiones dentro de la SFIO.

Trotsky, por estos factores, llegó a la conclusión de que: “Su situación interna permite la posibilidad de nuestro ingreso con nuestra propia bandera. El entorno se ajusta a los objetivos que nos hemos fijado nosotros mismos. Lo que es necesario ahora es actuar de tal manera que nuestra declaración no fortalezca en modo alguno el ala burguesa dirigente sino más bien que apoye al ala proletaria progresista; que su texto y distribución nos permita mantener la cabeza alta en caso de aceptación, así como en caso de maniobras dilatorias o de rechazo. No se trata de disolvernos a nosotros mismos. Entramos como la facción Bolchevique-Leninista, nuestros vínculos organizativos siguen siendo los mismos, nuestra prensa sigue existiendo igual que hacen “Bataille Socialiste” y otros…”

Trotsky argumentó a favor de la entrada en el programa completo de la Liga Comunista Internacional/Cuarta Internacional. Insistió en la necesidad de un periódico dirigido a presentar este programa y hacerle propaganda, un “programa de acción” que planteara las tareas claves del próximo período. Pidió además una orientación específica hacia los jóvenes.

No tenía que haber ninguna tregua en la crítica de la dirección reformista, ni mezcla con los elementos de la izquierda reformista y centrista. El “giro” fue inaugurado en septiembre de 1934. Los Bolcheviques-Leninistas franceses estaban divididos sobre la cuestión de la entrada. Una agrupación alrededor de Pierre Naville la denunció como una capitulación. Se escindieron de la sección francesa sobre la cuestión de la entrada pero poco después entraron ellos mismos en la SFIO. Trotsky criticó duramente esta escisión diciendo que la intransigencia de Naville fue simplemente debida a que estaba “atemorizado por la perspectiva de una feroz batalla contra un poderoso aparato”.

Una vez en la SFIO, sin embargo, Trotsky observó que Naville, a pesar de su aparente intransigencia, “… había abandonado la bandera de la organización, el programa. Él no desea más que ser el ala izquierda del PS. Ya ha presentado propuestas en común con el ala izquierda, confusas propuestas oportunistas, llenas de la verborrea del, así llamado, centrismo de izquierda.” Las mismas debilidades fueron mostradas más tarde por otro grupo en la Sección Francesa alrededor de Raymond Molinier, cuando se planteó la cuestión de una lucha final contra las expulsiones.

Los Trotskistas entraron con un centenar de miembros, más algunos jóvenes. En junio de 1935, sus fuerzas eran lo suficientemente fuertes como para forzar a Blum a debatir con ellos en el Congreso de Mulhouse. Sus miembros aumentaron hasta 300 en el verano de 1935. Su más fuerte bastión era la Región de París (Federación del Sena) donde su principal resolución en el Congreso recibió 1.037 votos frente a 2,370 por Bataille Socialiste y 1.570 por Blum y la Ejecutiva. También formaron una poderosa corriente dentro de las Juventudes Socialistas donde cooperaron con, y finalmente convencieron a, una agrupación de jóvenes liderada por Fred Zeller, quien previamente había apoyado al centrista Pivert.

Durante este período los trotskistas mantuvieron sus críticas revolucionarias no sólo contra Blum y el liderazgo, sino también contra Zyromsky y Pivert.

Armados por Trotsky con un programa de acción y con artículos y panfletos que explicaban el programa y la perspectiva revolucionarios del grupo Bolchevique-Leninista, concentraron su fuego sobre la práctica oportunista del Frente Unido buscado por el Partido Comunista Francés y la SFIO. Estigmatizaron sus manifestaciones vacías. Lo atacaron como un pacto de no agresión sin principios. Argumentaron a favor de comités de acción y una milicia de los trabajadores contra la amenaza fascista.

Sin embargo, los eventos se desarrollaban para limitar la duración del “Giro Francés”. Estos fueron:

1) El inicio de la política de “Frente Popular” (que se formó el 14 de julio de 1935) que vinculaba a la SFIO, el PCF y el burgués Partido Radical, una línea avalada y generalizada en el VII Congreso de la Internacional Comunista durante julio y agosto de ese año.

2) El Pacto Stalin-Laval manifestaba, “Stalin aprueba la política francesa de defensa”, es decir, rearme. Esto se inició como un pacto Franco-Soviético contra Hitler, pero se extendió al apoyo del PCF a la defensa nacional. Por lo tanto, el Frente Popular se convirtió en un vehículo para la preparación social-patriótica de la segunda guerra imperialista.

3) El colapso final de la Internacional Comunista en el social-patriotismo agudizó la necesidad de establecer la formación de la Cuarta Internacional.

4) El liderazgo de Blum -bajo presión estalinista- maniobró para expulsar a los Bolcheviques-Leninistas.

5) Huelgas, disturbios y motines estallaron en Brest y Tolón, indicando claramente la proximidad de una lucha obrera de masas.

Los trotskistas habían colaborado con Pivert y sus seguidores sobre cuestiones prácticas: defensa obrera, defensa contra la dirección del partido. Pero no habían mezclado su política ni dejado de criticar su centrismo de izquierdas. Sin embargo, ante la necesidad de poner fin a su trabajo en la SFIO y crear un grupo independiente, el Grupo Bolchevique-Leninista (GBL) dudó.

Las tres tendencias en el liderazgo del GBL lucharon contra la expulsión de sus miembros de la SFIO basándose en motivos constitucionales, acusando a Blum de ser un “escindidor”. Esto fue acompañado por un debilitamiento (e incluso desaparición) de sus críticas sobre los líderes de la SFIO y de Pivert. Revelando su arraigado centrismo, Pivert se negó a considerar dejar la SFIO y, justo después de que comenzaran las expulsiones, se separó de Zyromski y estableció la corriente “Gauche Revolutionnaire” (Izquierda Revolucionaria).

Este paso estaba encaminado a limitar el número de miembros de la SFIO en fuga al GBL. Durante este período el GBL mostró que no sabía ni cuándo ni cómo salir de la SFIO. Comenzó a hacer concesiones políticas a fin de permanecer en el partido. Pivert no fue criticado por el temor de perder su “apoyo” (puramente verbal) contra las expulsiones.

En diciembre de 1935 Trotsky señaló que “es necesario saber no sólo cómo entrar pero también cómo salir. Al continuar sujetos a una organización que ya no puede tolerar a proletarios revolucionarios en su seno, os convertís necesariamente en horrible herramienta del reformismo, el patriotismo y el capitalismo.”

Las tres tendencias acordaron en ese momento que el GBL debería crear un “periódico de masas”, es decir de gran circulación, y su programa debería ser algo más que el programa revolucionario completo. Este fue, tal vez, el primer intento de los que más tarde serían conocidos como trotskistas de configurar un papel y una organización centrista. Pero incluso en este punto la organización dudó.

Se dejó a la tendencia de Molinier/Frank llevar a cabo la lógica de esta capitulación al social-patriotismo. Ellos ofrecieron publicar un “periódico de masas” conjunto con Pivert. Éste se negó. Impertérritos, lanzaron el periódico -La Commune- ellos mismos. Por lo cual fueron expulsados del GBL por romper la disciplina. La división duró hasta junio de 1936 y efectivamente paralizó a los Trotskistas franceses, limitando seriamente su capacidad para intervenir en la gran huelga general de ese verano.

Trotsky resumió los principios de la labor de entrada asociada al “Giro Francés” en el artículo “Las lecciones de la Entrada en la SFIO”.

“1. La Entrada en un partido de centro reformista no incluye, en sí misma, una perspectiva a largo plazo; es sólo una etapa que, bajo ciertas condiciones, se puede limitar a un episodio.

2. La crisis y la amenaza de guerra tienen un doble efecto. En primer lugar, crean las condiciones en que se hace posible en forma general la Entrada misma, pero por otro lado fuerzan al aparato gobernante a recurrir a la expulsión de los elementos revolucionarios.

3. Reconocer a tiempo el ataque decisivo de la burocracia contra el ala izquierda y defendernos de ese ataque, no haciendo concesiones, ni adaptándonos o jugando al escondite, sino mediante una ofensiva revolucionaria.

4. Lo que se ha dicho más arriba no excluye en absoluto la tarea de “adaptarse” a los trabajadores que están en los partidos reformistas enseñándoles nuevas ideas en el idioma que entiendan; al contrario, hay que aprender este arte tan rápidamente como sea posible. Pero no se debe, bajo el pretexto de liderar a la militancia de base, hacer concesiones de principio a los centristas y centristas de izquierda.

5. Dedicar más atención a la juventud.

6. … firme cohesión ideológica y perspicacia hacia nuestra experiencia internacional completa. “

En los años de 1933 a 1938 otras tácticas de entrada incluyeron la entrada de los trotskistas británicos en el centrista ILP (1933-6) y, a continuación, en el Partido Laborista; la entrada de los trotskistas estadounidenses en el Partido Socialista Estadounidense (1936-7) y la entrada de los trotskistas belgas en el  Parti Ouvrier Belge/ Belgische Werkliedenpartij (Partido Obrero Belga). En cada caso, en tanto que el mismo Trotsky pudiera influir, los principios de la táctica permanecieron siendo los mismos.

La visión de Trotsky sobre la Táctica de Entrada, ejemplificada en el Giro Francés, estaba firmemente basada en abordar a una sección importante de los elementos de vanguardia de la clase trabajadora y de ganarles para el comunismo y la Cuarta Internacional. No fue visto como un proceso de transformación de los partidos socialdemócratas en revolucionarios o toscamente revolucionarios. Esta distorsión evolucionista de la Táctica de Entrada, que es común hoy día, data de la época de la degeneración de la Cuarta Internacional en la década de los años cuarenta. Dicha distorsión trata de la creación, no de una tendencia comunista revolucionaria o una facción en la socialdemocracia ganando para sí a los reformistas en tránsito hacia la izquierda o a los elementos subjetivamente revolucionarios, sino que en su lugar establece la creación de una corriente centrista con la “perspectiva” de que automáticamente se desarrollará en una dirección revolucionaria bajo la presión de las circunstancias objetivas.

En ninguna parte de los escritos de Trotsky se encontrará cualquier consejo de formar bloques para la propaganda con centristas, mucho menos con reformistas “de izquierda”. ¡Todo lo contrario! La intransigencia política de Trotsky con relación a Pivert durante la táctica de entrada –una figura cien veces más a la izquierda que un Bevan o un Benn- es una medida de la degeneración de los epígonos de posguerra de la Cuarta Internacional: Pablo, Mandel, Healy, Grant.

La perspectiva de la Táctica de Entrada debe ser alzar el programa completo revolucionario dentro del partido reformista. Alrededor de esta bandera deben ser reunidos los mejores elementos dentro de ese partido. Para ello debe haber una posibilidad real de una respuesta favorable de la vanguardia de los trabajadores en el partido reformista a la presencia de revolucionarios.

Sobre la base de la democracia de los trabajadores, los elementos avanzados deben estar dispuestos a tolerar, escuchar y defender a una minoría revolucionaria contra la burocracia laborista. Los revolucionarios deben abordar a estos trabajadores con un programa de acción revolucionaria y demandas específicas del tipo “Frente Unido”.

De esta forma, a través de la unidad de acción en las demandas inmediatas, y siempre que sea posible, en las transicionales, se puede ganar una audiencia para la táctica y propaganda comunistas. Una tendencia revolucionaria puede así cristalizar, atrayendo a trabajadores del reformismo de izquierda y del centrismo. Ante el ataque inevitable de la burocracia del partido y la capitulación de los falsos líderes de izquierda, los comunistas opondrán una intransigente defensa de su programa sin temer la expulsión.

Los comunistas no tienen ningún compromiso estratégico con los miembros de los partidos reformistas. Puesto que su táctica es ganar trabajadores al reformismo, su objetivo nunca puede ser permanecer a toda costa. Esto llevaría a concesiones programáticas para permanecer dentro. Si los partidarios de la militancia de base reclutados dentro de la socialdemocracia han sido realmente impregnados por las ideas comunistas, ellos pueden ser, y serán, llevados a afrontar una expulsión e iniciar una existencia independiente como una organización revolucionaria.

Por supuesto, esto no puede hacerse inculcando un miedo morboso de expulsión, de “sectarismo” o de aislamiento. Un comunista que no puede permanecer solo, que no puede nadar contra corriente y que no puede encontrar el camino de regreso a las masas, no es comunista.

La práctica general de los “Trotskistas” con respecto a la Táctica de Entrada se ha alejado del método de Trotsky desde, al menos, 1951. El “teórico” de esta ruptura del método táctico de Trotsky fue Michel Pablo, Secretario de la Cuarta Internacional. El Informe de Pablo al Décimo Pleno del Comité Ejecutivo Internacional de la Cuarta Internacional consagró este entrismo “de tipo especial” o “entrismo sui generis”.

Su mismo nombre sugiere la ruptura con el método de Trotsky, y de hecho Pablo no lo ocultó. Refiriéndose a la práctica de Healy señaló: “se ha desarrollado desde entonces de manera muy diferente, casi diría cualitativamente diferente, del ‘entrismo’ como fue practicado por nuestro movimiento en los años 1934-8”.

Pablo previó un “entrismo a largo plazo” en todos los países cuyos movimientos de clase obrera estaban dominados por “el reformismo o el estalinismo”. La “táctica” de Pablo inicialmente estaba justificada sobre la base de una perspectiva de la inminente guerra y revolución, sobre un proceso objetivo de revolución mundial cuya escala de tiempo no permitiría el aplastamiento de los partidos reformistas y su sustitución por otros revolucionarios. Reconociendo que, para Trotsky, “no era una cuestión de afrontar las tareas de la guerra y la revolución permaneciendo dentro de estos partidos… “, Pablo admitió la diferencia de su concepción y lo subrayó fuertemente:

“Estamos entrando a fin de permanecer allí durante mucho tiempo por la gran posibilidad que existe de ver a estos partidos, bajo nuevas condiciones, desarrollar tendencias centristas que conducirán a una etapa completa de radicalización de las masas y de proceso revolucionario objetivo en sus respectivos países. Queremos en realidad, desde el interior de estas tendencias, ampliar y acelerar su maduración de centro izquierda… y disputar, incluso con los líderes centristas, por el entero liderazgo de estas tendencias.” Pablo es insistente en que la tarea es “ayudar en el desarrollo de sus tendencias centristas y darles liderazgo”. Las tácticas empleadas son evitar “cada maniobra y cada política que hagan correr el riesgo de separarnos prematuramente de la gran masa de estos partidos.”

El auto-boicot de las políticas trotskistas involucrado en esto fue expresado sin ambigüedades en el informe de la Comisión Austríaca. Austria, con Gran Bretaña, había sido uno de los dos “casos especiales” en el período de 1944-47 cuando el nuevo entrismo había hecho su rodaje -en el caso de Gran Bretaña bajo la supervisión directa de Pablo y al precio de la enmarañada liquidación del Partido Comunista Revolucionario.

Por lo tanto en Austria “la actividad de nuestros miembros se regirán por las siguientes directivas: a) no revelarnos como trotskistas con nuestro programa completo; b) no impulsar cuestiones programáticas y de principios”. En lugar del “viejo Trotskismo”, se confecciona una mezcla de demandas inmediatas de reformas y exigencias entresacadas del Programa de Transición; todo centrado alrededor en las políticas que serían adoptadas por los partidos reformistas en el gobierno.

La fórmula Pablo avanzó mientras el resumen de la política a plantear en el entrismo fue, “El Partido Socialista al poder para aplicar una Política Socialista”. En términos británicos la consigna “Laborismo al Poder sobre Políticas Socialistas / un Programa Socialista.”

La posición de Pablo, practicada hoy por la mayoría de los fragmentos degenerados de la Cuarta Internacional, es completamente liquidacionista. Con esto no queremos decir simple o exclusivamente la liquidación organizativa de los grupos trotskistas. Esta definición de “liquidacionismo Pabloista” promovida por los opositores a Pablo en el Comité Internacional (Cannon, Healy, Lambert) era tosca y errónea.

El aspecto decisivo de la política de Pablo era el liquidacionismo político y programático consagrado en su versión del entrismo. Esto tuvo lugar a pesar del mantenimiento de una Cuarta Internacional organizativamente independiente a lo largo de la década de los años 50. Nosotros rechazamos totalmente el “entrismo sui generis” como táctica y la consideramos como una desviación, de principio, del comunismo revolucionario.

Apoyo electoral crítico a los partidos reformistas

Es un propósito esencial de la táctica del frente unido la ruptura de la masa de trabajadores de tendencia reformista con sus dirigentes y su unión a los comunistas. Aún así, ya que la proclama política central de los líderes reformistas es que pueden utilizar el poder del estado burgués para satisfacer las necesidades de la clase obrera, es necesario que los comunistas encuentren formas de poner a prueba a los reformistas en el Gobierno.

En su nivel más elemental esto toma la forma de dar apoyo electoral crítico a los candidatos de los partidos obreros burgueses. Lenin explicó el propósito y la forma de esta táctica en su consejo a los comunistas británicos en 1920:

“Si somos el partido de la clase revolucionaria y no simplemente un grupo revolucionario, y si queremos que las masas nos sigan (y si no lo logramos afrontamos el riesgo de seguir siendo simples charlatanes) debemos, primero, ayudar a Henderson o Snowden a derrotar a Lloyd George y Churchill (¡o más bien obligar a los primeros a vencer a los últimos porque los primeros tienen miedo de su victoria!); segundo, debemos ayudar a la mayoría de la clase trabajadora a ser convencida por su propia experiencia de que nosotros tenemos razón, es decir, que los Hendersons y Snowdens son buenos absolutamente para nada, que son petit-bourgeois y traidores por naturaleza, y que su quiebra es inevitable; tercero, debemos acercar el momento en el cual, sobre la base de la decepción de la mayoría de los trabajadores en los Hendersons, será posible, con serias posibilidades de éxito, derrocar al Gobierno de los Hendersons de una vez.”

Aunque Lenin estaba hablando aquí a agrupaciones comunistas que constaban de sólo varios cientos de militantes y aún no se habían unido en un solo partido, él fue firme acerca de la forma que debería adoptar la táctica:

“Tomaremos parte en la campaña electoral, distribuiremos folletos que agiten por el comunismo, y en todas las circunscripciones donde no tenemos ningún candidato, instaremos a los electores a votar por el candidato laborista y contra el candidato burgués. Los camaradas Sylvia Pankhurst y Gallagher se equivocan al pensar que esto es una traición al Comunismo, o una renuncia a la lucha contra los traidores sociales. Al contrario, la causa de la revolución comunista sin duda ganaría con ello.”

De hecho, fue el pequeño tamaño de las fuerzas comunistas y su aislamiento de la clase obrera lo que exigía el uso de la táctica: “en la actualidad, a los comunistas británicos muy a menudo les resulta difícil aproximarse a las masas o incluso hacer que les escuchen. Si me presento como un comunista y hago un llamamiento para que voten por Henderson y contra Lloyd George, sin duda me prestarán atención. Y voy a poder explicar de manera popular no sólo por qué los Soviets son mejores que un Parlamento y por qué la dictadura del proletariado es mejor que la dictadura de Churchill (disfrazada con el cartel de “democracia burguesa”) sino también que, con mi voto, quiero apoyar a Henderson de la misma manera que una cuerda soporta un hombre ahorcado – que la inminente creación de un Gobierno de Hendersons probará que tengo razón, traerá las masas a mi lado y acelerará la muerte política de los Hendersons y Snowdens como fue el caso con sus almas gemelas en Rusia y Alemania. “

Como en todas las variantes del Frente Unido, el compromiso implícito al adoptar acciones comunes junto a los obreros, en este caso votar por “sus” candidatos, no implica, ni de lejos, cualquier compromiso sobre el programa político de los comunistas. Por eso no hay ninguna contradicción entre apoyar a candidatos comunistas en algunas circunscripciones y votar por los reformistas en otros.

En ambos casos las elecciones se utilizan como un vehículo para la explicación del programa comunista. Donde los comunistas dan apoyo crítico deben enarbolar inmediatas y certeras exigencias transitorias: demandas que satisfagan las necesidades más candentes de las masas de los reformistas. Estas demandas están diseñadas para movilizar a los trabajadores en lucha para forzar al partido reformista en el Gobierno a actuar en los intereses de los obreros; y para organizar a dichos trabajadores para luchar por ellos mismos de manera independiente si los reformistas se niegan a llevar a cabo esas demandas.

Ambos elementos de apoyo crítico, exigencias a los reformistas y organización de la lucha independiente en la búsqueda de estas exigencias, son cruciales porque un gobierno de un partido burgués de los trabajadores (es decir, un gobierno de trabajadores burgueses) será inevitablemente la herramienta del capital contra la clase obrera. La organización para la lucha es vital para evitar la derrota y la desmoralización de las masas cuando esto se hace evidente en la práctica.

Al mismo tiempo, los comunistas proponen su propio programa, contraponiéndolo al programa reformista, incluso donde no apoyan a candidatos comunistas. Para ganar a los trabajadores para una alternativa revolucionaria es necesario explicar detalladamente, incluso durante la duración del frente unido (en este caso, básicamente la campaña electoral) cual es la alternativa.

La táctica de apoyo electoral crítico fluye únicamente de la existencia de la relación orgánica entre el partido burgués y la clase trabajadora. No está basada, en modo alguno, en el programa o promesas de los reformistas. La agitación comunista y la propaganda electoral de apoyo no deben estar abiertas a ser interpretadas como apoyo a los reformistas como un “mal menor” que los partidos abiertamente burgueses.

El propósito de llevar a los reformistas al poder es precisamente ponerlos a prueba, para demostrar que están de hecho tan dispuestos como los partidos burgueses a defender el poder de la clase dominante y el poder estatal de la burguesía, y a atacar a la clase trabajadora para servir a ese fin. Asimismo, los comunistas no dividen su apoyo crítico al partido burgués de los trabajadores, prestándoselo a los candidatos “de izquierdas” pero no a los “de derechas”.

Cuando se habla de la cuestión del apoyo crítico al Partido Laborista en Gran Bretaña por parte del Independent Labour Party (noviembre de 1935) Trotsky insistió en que ese apoyo no tenía nada que ver con la cuestión de las sanciones contra Italia después de su invasión de Abisinia:

“Pregunta: ¿tenía el ILP razón al negar su apoyo crítico a los candidatos del Partido Laborista que defendían las sanciones? Respuesta: no. Las sanciones económicas, si son reales, conducen a acciones militares, a la guerra. El ILP mismo ha dicho esto. Debería haber dado apoyo crítico a todos los candidatos del Partido Laborista, es decir, donde el ILP no estaba disputando la elección. En el “Nuevo Líder” leí que vuestra Agrupación de Londres acordó apoyar sólo a los candidatos del Partido Laborista contrarios a las sanciones. Esto es también incorrecto. El Partido Laborista debería haber sido apoyado críticamente no porque estuviera a favor o en contra de las sanciones, sino porque representaba las masas de la clase trabajadora… La crisis de la guerra no altera el hecho de que el Partido Laborista es un partido de obreros, lo que no es el partido gubernamental. Ni tampoco altera el hecho de que el liderazgo del Partido Laborista no podrá cumplir sus promesas, que traicionarán la confianza que las masas pongan en ellos. En tiempo de paz los trabajadores se mueren de hambre si confían en la socialdemocracia; en la guerra, por la misma razón, morirán por las balas. Los revolucionarios nunca dan apoyo crítico al reformismo bajo el supuesto de que el reformismo, una vez en el poder, podría satisfacer las necesidades fundamentales de los trabajadores… No, en la guerra como en la paz, el ILP debe decir a los trabajadores; ‘El Partido Laborista os engañará y os traicionará, pero vosotros no nos creéis. Muy bien, sufriremos esta experiencia con vosotros pero en ningún caso nos identificamos con el programa del Partido Laborista.’ “

La relación entre partidos obreros burgueses y la clase obrera puede ser extremadamente profunda; arraigada, en algunos países, desde hace más de un siglo. La experiencia de una o dos legislaturas en el gobierno, particularmente en períodos de relativa expansión capitalista, no puede ser suficiente para romper esa relación y ganar a la masa de trabajadores para el comunismo.

Esto no altera su naturaleza táctica. La llegada al poder de los reformistas no es nunca, y nunca puede ser, un objetivo estratégico o necesariamente programático de la clase trabajadora. La táctica tiene que seguir utilizándose mientras las masas no hayan roto con sus líderes reformistas, incluso cuando los revolucionarios pudieran creer que los trabajadores ya han experimentado lo suficiente para volverse contra ellos, un punto que recalca de nuevo Trotsky:

“Se argumenta que el Partido Laborista ya se encuentra expuesto por sus últimos hechos en el poder y por su actual plataforma reaccionaria. Por ejemplo, por su decisión en Brighton. Para nosotros ¡sí! Pero no para las masas, no para los ocho millones que votaron por el Laborismo.”

Mientras que la táctica de apoyo electoral crítico es más generalmente aplicable a los grandes partidos burgueses de trabajadores, puede ser aplicada, en ciertas circunstancias, a pequeñas formaciones reformistas o centristas. Nuevamente el factor decisivo es el de la relación de esas corrientes con la clase obrera, o con secciones de la clase obrera. Donde los pequeños grupos reformistas o centristas representen un verdadero salto a la izquierda por parte de obreros o grupos oprimidos, es posible que las ilusiones en sus incompletos o falsos programas se disipen mejor a través del uso del apoyo crítico. Sin embargo, esa táctica tiene que ser muy detenidamente sopesada en su contexto. Los comunistas deben oponerse a cualquier tendencia en dichas formaciones a darle la espalda a la clase trabajadora que aún apoya al partido reformista importante. En general la táctica de apoyo crítico de los comunistas a otros partidos es aplicable solo a los partidos (burgueses) de trabajadores.

La excepción a esto es el apoyo que pueda concederse, en determinadas circunstancias, a los revolucionarios nacionalistas que estén liderando una lucha antiimperialista. A pesar de la distinta base de clase de dichos partidos, en los casos específicos donde se concede apoyo crítico, se aplican todas las pautas para esta variante del Frente Unido. En ningún sentido apoyamos políticamente (es decir, subscribimos) el programa de los nacionalistas revolucionarios pequeño-burgueses.

Finalmente, cuando las corrientes centristas o reformistas se presentan a las elecciones sin el apoyo significativo de la clase del trabajo, hay que oponerse a ellos. El apoyo a esos candidatos sólo podría interpretarse como un apoyo a su política, que los comunistas nunca pueden dar. Este es el caso con corrientes petit-bourgeois como ecologistas y pacifistas.

El Gobierno de los Trabajadores

El cuarto Congreso de la Internacional Comunista reconoció que en los países donde la relación de fuerzas existente entre los partidos reformistas y los partidos abiertamente burgueses plantea la cuestión de cual debería formar Gobierno, la consigna de un gobierno de los trabajadores, “se sigue inevitablemente de la entera táctica del frente unido.”

Aun cuando este no fuera el caso el lema podría ser “utilizado prácticamente en todas partes como un lema general de propaganda”. Es decir, el argumento de que el gobierno debería estar bajo el control de las organizaciones de los trabajadores, debería actuar en sus intereses contra el capital y debería armar las organizaciones de los trabajadores, es un componente elemental de la propaganda comunista. El Cuarto Congreso no completó el trabajo necesario de elaborar el uso de esta consigna como táctica.

Después de esto, la discusión científica de la cuestión fue hecha descarrilar primero en el V Congreso y posteriormente se detuvo por completo cuando la Comintern estalinista abandonó el término en favor de una abierta coalición con la burguesía, el Frente Popular.

Sin embargo, en las deliberaciones y tesis del Cuarto Congreso se encuentran las características esenciales de lo que, para los comunistas, constituye un verdadero “Gobierno de los Trabajadores”

“Las tareas primordiales del gobierno de los trabajadores deben ser armar al proletariado, desarmar a la burguesía y organizaciones contrarrevolucionarias, introducir el control de la producción, transferir la carga principal de los impuestos a los ricos y romper la resistencia de la burguesía contrarrevolucionaria. Tal gobierno de los trabajadores es sólo posible si nace de la lucha de las masas, es apoyado por organizaciones de los trabajadores que son capaces de luchar, organizaciones creadas por las secciones más oprimidas de las masas trabajadoras.”

Mientras que esto es una descripción del tipo de gobierno que los comunistas buscan, planteado como una llamada al frente unido con los partidos obreros no revolucionarios el lema tiene un carácter algebraico. Para los comunistas este gobierno declarará la guerra revolucionaria a la burguesía:

“Es evidente que la formación de un gobierno real de los trabajadores, y la consecuente existencia de un gobierno que practique una política revolucionaria, deben conducir a la amarga lucha y, eventualmente, a la guerra civil con la burguesía”.

Sin embargo, si este es el contenido dado por los comunistas al lema, “Por un Gobierno de los Trabajadores”, está claro que, dado que el lema puede proponerse como un Frente Unido, los reformistas y los obreros liderados por reformistas, pueden, y probablemente lo harán, darle un contenido distinto, no revolucionario. El Cuarto Congreso, por lo tanto, consideró necesario identificar cinco tipos de gobierno a los que tal etiqueta podría aplicarse para distinguir entre ellos.

La primera posibilidad era un “Gobierno Liberal los Trabajadores”. Por esto se entiende un gobierno de un partido laborista que ni siquiera pretenda ser socialista. Este era el caso de Australia y probablemente el caso en Gran Bretaña. En segundo lugar, el “Gobierno Socialdemócrata de los Trabajadores” que identifica un gobierno de la socialdemocracia, como habían existido en Alemania. Estos dos primeros eran gobiernos de “partidos burgueses de los trabajadores” y, en realidad, coaliciones encubiertas con la burguesía.

La Internacional Comunista reconoció que, aunque tales gobiernos fueran tolerados por la burguesía para defenderse de la ofensiva revolucionaria y que los comunistas no podrían darles apoyo político, “incluso esos gobiernos pueden objetivamente ayudar a acelerar el proceso de la desintegración del poder burgués”. Esto es debido a que, habiendo alcanzado el poder como representantes de los trabajadores, esos gobiernos podrían verse obligados a ir más allá de lo que deseaban, y con ello elevar las expectativas y exigencias de sus partidarios obreros. Además, dado que estarían, inevitablemente, del lado de la burguesía siempre que fuera necesario, también podrían acelerar la desilusión de las masas en los partidos reformistas.

La tercera posibilidad era un gobierno de trabajadores y campesinos pobres (en ese tiempo algo posible en los Balcanes, Polonia, Checoslovaquia); y la cuarta, un gobierno de los trabajadores, en el que los comunistas pudieran participar (es decir, la expresión gubernamental del frente unido de los trabajadores). Ambos tipos podrían ser respaldados por comunistas:

“Los comunistas están, de todas formas, dispuestos a actuar junto a los trabajadores que aún no han reconocido la necesidad de la dictadura del proletariado: los socialdemócratas, miembros de partidos cristianos, sindicalistas sin partido etc. Por lo tanto están preparados, en determinadas condiciones y con ciertas garantías, para apoyar un gobierno de los trabajadores que no sea comunista… Los dos tipos con los números tres y cuatro, en el que podrían participar los comunistas, no representan la dictadura del proletariado, no son ni siquiera una etapa de transición inevitable históricamente hacia la dictadura. Pero donde están formados pueden convertirse en un importante punto de partida para la lucha por la dictadura”.

La quinta forma posible de gobierno de los trabajadores era aquella en la que los comunistas formaban el Gobierno. Esta era la única forma “pura” de gobierno de los trabajadores y fue equiparada, por la Internacional Comunista, con la dictadura del proletariado.

La tipología de la Comintern sobre los gobiernos de los trabajadores es hoy algo anacrónica en el sentido que ha tenido lugar una convergencia de los viejos partidos liberal-laboristas y los partidos socialdemócratas, de este modo fusionando en uno los dos tipos de “gobiernos burgueses de los trabajadores”.

Además, la degeneración de la Unión Soviética y su política contrarrevolucionaria desde la Segunda Guerra Mundial ha creado la posibilidad de una forma más de gobierno de los trabajadores, el “gobierno burocrático de los trabajadores”. Aquí nos referimos a un gobierno que, en circunstancias excepcionales, que siempre implican la previa expropiación política de la vanguardia de la clase obrera, expropia la propiedad de la burguesía a través de medidas burocráticas. Después, introduce las estructuras económicas fundamentales de la dictadura del proletariado: la economía planificada y el monopolio estatal del comercio exterior. Bien que ésta es una forma degenerada de la dictadura del proletariado y no puede avanzar en la marcha del proletariado hacia el socialismo, y por lo tanto no puede ser propuesta o reivindicada por los revolucionarios. Las medidas concretas adoptadas por un gobierno de este tipo contra el capital pueden, sin embargo, ser defendidas.

Las tesis sobre gobiernos de los trabajadores aprobadas por el Cuarto Congreso llevaban las marcas del conflicto, ya gestándose en 1922, que acompañaron la degeneración posterior de la Internacional Comunista. Zinoviev, por ejemplo, deseaba equiparar el gobierno los trabajadores directamente y exclusivamente con la dictadura del proletariado. Tal interpretación de que un “gobierno de los trabajadores” es simplemente “un sinónimo de dictadura del proletariado”, arrebata al lema su uso como una propuesta de frente unido. En el que le da Zinoviev, el lema podría sólo plantearse en forma de ultimátum contra, por ejemplo, un gobierno socialdemócrata. Sin embargo, tal ultimatismo fácilmente puede transformarse en su contrario oportunista. Esto fue hecho por Stalin y Bujarin cuando equipararon el “gobierno de los trabajadores y campesinos” con el históricamente obsoleto, y por lo tanto reaccionario, concepto de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”.

Esto servía solo para oscurecer el punto crucial, a saber, que tal gobierno sería, programáticamente, un gobierno burgués. Stalin y Bujarin presentaron la formación de tal gobierno en China como una necesidad programática cuando en realidad, como explicó Trotsky, este gobierno sería “la principal barrera en la senda (de la revolución socialista)” y, por tanto, una negación de la táctica del gobierno de los trabajadores.

Los peligros inherentes a formulaciones tan vagas como las contenidas en las Tesis de la Internacional Comunista se ven más claramente con respecto a los tipos tres y cuatro de la tipología de los gobiernos de los trabajadores. Estos pueden, o no, incluir a comunistas. Las condiciones bajo las cuales los comunistas podrían entrar en esos gobiernos fueron establecidas estrictamente por la Internacional Comunista: sólo con el consentimiento de la Internacional Comunista, sólo si los miembros comunistas de tal gobierno estuviesen bajo el más estricto control del partido y además en el contacto más cercano con las organizaciones revolucionarias de los trabajadores y, por último, sólo si a los comunistas se les concediera absoluta independencia y el derecho de crítica.

Lo que no se especificaba es la actitud que debe tomarse si cualquiera de estas condiciones no se cumple, o en el caso de que, por otros motivos, los comunistas no fueran miembros de esos gobiernos de los trabajadores. Menos de un año después del Cuarto Congreso, las divisiones sobre la actitud a tomar hacia el SPD y los gobiernos regionales dominados por el USPD en Alemania, y las condiciones en las que los comunistas podrían entrar en ellos, tuvieron efectos desastrosos sobre el Partido Comunista Alemán (KPD).

El uso correcto de la “táctica del gobierno de los trabajadores” puede verse en la práctica de los Bolcheviques en Rusia durante los meses entre las revoluciones de febrero y octubre. Cuando los Bolcheviques exigieron que todo poder debía pasar a los Soviets estaban, en efecto, exigiendo un gobierno basado en las propias organizaciones de lucha de los trabajadores, es decir, en la terminología posterior, un gobierno de los trabajadores.

Las fuerzas reales que deben componer tal gobierno no fueron establecidas de antemano por los Bolcheviques. En este sentido, la demanda es “algebraica”. En términos de la estructura del gobierno todo lo que se exige es que sea responsable ante los Soviets. Sus tareas políticas, sin embargo, están descritas más claramente: paz inmediata, control obrero sobre la producción, nacionalización de toda la banca, tierra para los campesinos y el uso del poder armado del estado (es decir, la milicia soviética) para someter la resistencia burguesa a estas medidas.

Al ganar a los trabajadores para la aceptación de que éstas eran las exigencias mínimas necesarias, los Bolcheviques crearon aún mayor presión sobre los Mencheviques y los Social-revolucionarios para aprobar este programa. Cuando esto fue combinado con la demanda “¡Romper con la burguesía!” y la negativa de los Mencheviques a apoyarse en los Soviets o llevar a cabo el programa, esta presión rápidamente destruyó la mayoría menchevique en los Soviets.

Cuando el poder pasó a los Soviets, el gobierno soviético resultante constaba de aquellos partidos políticos que estaban dispuestos a apoyarse en el poder soviético y realizar las medidas necesarias, en este caso los Bolcheviques y los Social-revolucionarios de Izquierda.

Los Bolcheviques no hicieron fetichismo del papel de los Soviets en la conquista del poder. Después de los Días de Julio, cuando los bolcheviques fueron excluidos de los Soviets, abandonaron la demanda de “¡Todo el poder a los Soviets!”. En su lugar, Lenin empezó a ver los consejos de fábrica como la posible forma organizativa de la base del poder del gobierno de los trabajadores. Los Soviets sólo volvieron al centro de la propaganda Bolchevique cuando éstos fueron re-democratizados después del intento de golpe de estado del general Kornílov.

Durante el “incidente Kornílov”, los Bolcheviques estaban preparados para defender, armas en mano, a un “gobierno burgués de los trabajadores”, sin condiciones, contra la reacción. Su propósito en esto no era sólo permitir que progresaran los preparativos militares necesarios para continuar la revolución sino, fundamentalmente, mantener a los Mencheviques en el poder, de manera que su quiebra y traición de clase quedaran claras para la mayoría de la clase trabajadora. Este apoyo demostró ser precisamente la soga del verdugo para Kerensky. Allanó el camino para un gobierno de trabajadores que fue, de hecho, la forma gubernamental de la dictadura del proletariado.

La esencia del uso Bolchevique de la táctica del gobierno de los trabajadores radica en lo siguiente:

1) La creación de un “programa de acción” de medidas inmediatas que respondan a las necesidades de los trabajadores y plantee la necesidad del poder del estado para la clase trabajadora.

2) El Gobierno necesario para cumplir este programa, un gobierno de los trabajadores, se plantea, inicialmente, de manera algebraica, su composición exacta no está definida.

3) Los partidos de los trabajadores y los campesinos son llamados a romper con la burguesía y formar dicho gobierno, confiando para su defensa y apoyo en las propias organizaciones de lucha de los trabajadores.

4) Mientras los reformistas conserven el apoyo de las masas, los comunistas les defienden contra la reacción, al tiempo que no les prestan ningún apoyo político y mantienen su propia y completa independencia.

5) Si se formara un gobierno por reformistas o centristas basado en Soviets (consejos), los comunistas lo defenderán, incondicionalmente, contra la reacción. Mientras que tal gobierno respete la democracia soviética, los comunistas no violarán esta democracia por insurrección.

6) A lo largo de todo el proceso, los comunistas conservan su independencia de programa y organización y su intención de hacerse con el poder del estado tan pronto como la vanguardia de la clase trabajadora, y detrás de ella la mayoría de los trabajadores, estén convencidos de la necesidad de la revolución.

Sólo el choque de fuerzas sociales reales puede hacer la llamada para dotar al gobierno de los trabajadores de un contenido “aritmético” preciso. Así, en 1917, la consigna antes del Segundo Congreso de Soviets era “¡Todo el poder a los Soviets!”; en el Segundo Congreso la demanda correcta fue “Por un gobierno de Bolcheviques y Social-revolucionarios de Izquierda”.

Mientras que la demanda de que los reformistas deben formar un gobierno basado en, por ejemplo, Soviets, es un elemento central del uso de la táctica del gobierno de los trabajadores, siempre debe estar subordinada al programa político. En la medida en que sean órganos representativos, los Soviets también pueden tener tanto una mayoría reaccionaria como una revolucionaria. Su existencia, en sí misma, no garantiza nada. Esto fue demostrado en la Revolución Alemana de Noviembre de 1918.

En este caso, el poder estaba en manos de los consejos de delegados de los trabajadores y soldados. Como en Rusia en febrero de 1917, se entregó el poder a sus dirigentes reformistas. El gobierno proclamado por los líderes del SPD Ebert y Scheidemann, tras el fracaso de su intento de salvar la monarquía en alianza con el príncipe Max von Baden, fue un gobierno republicano basado en los consejos de los trabajadores. Fue, en su forma, un gobierno de los trabajadores.

Sin embargo, su contenido político era el de un gobierno burgués de los trabajadores, es decir, una alianza encubierta con la burguesía para contener, y finalmente destruir, la ofensiva revolucionaria del proletariado. Los dirigentes del SPD utilizaron su apoyo en los consejos para transferir su base de poder a un órgano parlamentario vía la Asamblea Nacional y la Constitución de Weimar.

Después pusieron en correspondencia la forma del gobierno con su contenido. En 1919 los reformistas, ahora en alianza abierta, “frente popular”, con los elementos burgueses y aristocráticos, utilizan su poder de estado burgués para aterrorizar y liquidar la vanguardia revolucionaria de la clase obrera, capitalizando su aislamiento de la mayoría de los trabajadores.

El Kapp-Putsch de marzo de 1920 reveló tanto la flexibilidad como las limitaciones del reformismo cuando es llevado al límite de su capacidad para maniobrar entre clases. Ebert, Scheidemann y Noske se mantuvieron en el poder por obreros movilizados y, en parte, armados, cuando el ejército burgués les abandonó. Sin embargo, cuando Legien propuso un “Gobierno de los Trabajadores” (por lo cual se refería a un “Gobierno Burgués de los Trabajadores”) para asegurarse de que no hubiera ninguna repetición del golpe de estado, los dirigentes del SPD se dieron cuenta de que esto les colocaría bajo una gran presión de la clase trabajadora. En tal situación proclamar abiertamente a los consejos de obreros como la base del Gobierno crearía expectativas entre los trabajadores que el SPD sabía que no podría ni querría cumplir. Ante esta perspectiva, el SPD prefirió formar una nueva alianza con la burguesía. Una vez que el nuevo gobierno estuvo firmemente asentado en el poder, la Reichswehr fue movilizada para desarmar a los consejos de obreros.

En el momento de la propuesta de Legien, el KPD se opuso, por principio, a la formación de tal “gobierno de trabajadores” y contrapropuso la necesidad de revolución. Esto, en efecto, ayudó al SPD a librarse del problema y fue una respuesta sectaria. El valor que podría haber tenido el uso correcto de la táctica del gobierno de los trabajadores en ese momento es claro: insistencia sobre el programa político de tal gobierno, legalización de los consejos de los trabajadores y sus armas, desmovilización y disolución de los Freikorps, inmediata alianza con la Rusia Soviética, oposición a las reparaciones de Versalles.

Todo esto podría haber supuesto un control en la ruta de Legien. Al mismo tiempo, el apoyo positivo para la idea de un gobierno de los partidos de los trabajadores y la defensa incondicional de tal gobierno contra la reacción, habría llevado al KPD a un contacto más estrecho con las masas socialdemócratas y, con ello, aumentado la presión sobre los reformistas para no formar una alianza con la burguesía. Si el KPD hubiera, en cualquier caso, hecho esto, los trabajadores habrían estado mejor dispuestos a adoptar medidas independientes en su defensa tan pronto como los reformistas trataron de desmovilizarles y desarmarles.

Dado que Alemania es considerablemente más representativa que Rusia del poder del reformismo sobre la clase obrera en los países capitalistas avanzados, los revolucionarios deben aprender de las lecciones de la experiencia alemana. En particular, debe hacerse una distinción entre la defensa de los gobiernos y el apoyo político a los gobiernos.

Con respecto a los gobiernos reformistas, bien sean estos formalmente constituidos con burgueses (es decir, los gobiernos burgueses de los trabajadores) o formalmente basados en organizaciones de trabajadores (gobiernos de trabajadores), los comunistas están dispuestos a defenderlos, armas en mano si es necesario, contra la reacción. El apoyo político, por el contrario, sólo se puede darse al gobierno de los trabajadores que tome el camino de la revolución, es decir, uno que implemente los elementos fundamentales que definen un gobierno “real” de los trabajadores.

En línea con la Internacional Comunista y la Cuarta Internacional, no esperamos que los partidos burgueses o centristas de los trabajadores sean capaces de formar tal gobierno. Sin embargo, como el Programa de Transición explica, “… no se puede categóricamente negar de antemano la posibilidad teórica de que, bajo la influencia de circunstancias totalmente excepcionales (guerra, derrota, crisis financiera, presión revolucionaria de masas, etc.) las partidos pequeño-burgueses, incluyendo a los estalinistas, puedan ir más allá de lo que ellos mismos desean en el camino para romper con la burguesía.”

El reconocimiento por Trotsky de esta remota posibilidad teórica, de que los socialdemócratas y los estalinistas pudieran formar “gobiernos reales de los trabajadores” que rompieran con la burguesía de alguna manera significativa, ha sido distorsionado por los epígonos de Trotsky en la afirmación de que los gobiernos que incluyen tales partidos son “gobiernos de los trabajadores”.

Sugerir que un gobierno PC-PS en Francia, por ejemplo, es un gobierno de los trabajadores en algo más que el sentido del gobierno burgués de los trabajadores (como hace la Cuarta Internacional -Comité Internacional- de Pierre Lambert) o que la formación de un gobierno de los trabajadores por el Partido Laborista Británico no sólo es claramente posible sino necesario estratégicamente, es del más cobarde oportunismo.

Rechazamos tales usos del término “Gobierno de los Trabajadores”. El espíritu de las tesis del Cuarto Congreso es claramente el siguiente: “Gobierno de los Trabajadores” se refiere a un gobierno que desarma a la burguesía, inicia las medidas para eliminar su control sobre la producción y, a fin de aplicar esas políticas y defenderse, arma a la clase obrera a través de sus propias organizaciones y se considera a sí mismo como responsable ante dichas organizaciones.

Es en este sentido en que nos referimos a la “demanda” de un gobierno de los trabajadores con el que entendemos la propuesta, de conformidad con los principios del Frente Unido, de que los comunistas y no comunistas cierren filas, incluso a nivel gubernamental, para proteger o defender los intereses de la clase obrera. Todas las otras formas de gobierno por reformistas y centristas se conocen correctamente como “gobiernos burgueses de los trabajadores”.

Obviamente, enarbolar el gobierno de los trabajadores como una demanda inmediata depende de las circunstancias. En general, excepto en casos de crisis revolucionaria en la que se plantea la cuestión del poder, los comunistas evocan el gobierno los trabajadores como propaganda para el auténtico gobierno revolucionario de los trabajadores mientras, al mismo tiempo, exigen a los partidos reformistas en el gobierno que adopten medidas concretas para romper con la burguesía y actúen a favor de los obreros.

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